El peregrino Torres Villarroel fue un viajero especial. Viajó a Santiago en 1736 para cumplir una promesa, pero su estilo jocoso, burlón y desenfadado tuvo muy poco que ver con la religiosidad y los modos de la generalidad de los peregrinos que acudían a Compostela.
Por Tomás Alvarez
Uno de los personajes españoles más curiosos que peregrinaron a Compostela en el siglo XVIII fue Diego de Torres Villarroel; escritor, médico, sacerdote y catedrático de Matemáticas en Salamanca, ciudad donde nació, en 1694.
Entre las curiosidades de Torres figura su faceta de adivino, pues editó y publico folletos pronosticado acontecimientos futuros, lo que le dio prestigio y gran popularidad como adivinador, un prestigio del que él, cínicamente, se mofaba.
Su vida fue sumamente variada. Pasó por ciudades y oficios diversos; su personalidad atípica motivó sendos destierros que le llevaron a Francia y Portugal. En este país, vivió en dos épocas. La primera como aventurero buscavidas y la segunda como desterrado. En esta segunda etapa (de 1732 a 34), cayó gravemente enfermo. Acongojado, ofreció al Apóstol peregrinar a Compostela si salvaba la vida. En 1736 decidió cumplir la promesa.
El itinerario que se utilizaba tradicionalmente para ir a Santiago desde Salamanca solía ser el que avanzaba por Zamora, Benavente y La Bañeza, desde donde se alcanzaba el Camino Francés bien en Astorga o bien en Rabanal del Camino. Sin embargo, Torres se dirigió a Portugal, tierra bien conocida por él, donde había ejercido de médico, bailarín, de compañero de un grupo de toreros y hasta de soldado.
El gran Piscator de Salamanca
Diego de Torres Villarroel, que popularizó el seudónimo el de “El gran Piscator de Salamanca”, escribió que el peregrinaje resultó duro e “indignamente cumplido”. Salió de Salamanca con otras tres personas, con cuatro caballos y un mulo de carga, en el que llevaban los equipajes, ropas de cama, viandas, etc. En su viaje hasta Santiago de Compostela, pasarían por Ciudad Rodrigo, Almeida, Pinhel, Trancoso, Ponte do Abade, Lamego, Braga, Valença do Minho y Tuy.
Después del periplo escribió un largo romance jocoso sobre el mismo. El título, “Peregrinación al Glorioso Apóstol Santiago de Galicia”. En él manifiesta que eligió un camino atípico (no era el de la vía láctea) pero que no iba descaminado.
Con mi bordón en la mano,
al cinto mi calabaza,
y la Casa de las Conchas
al hombro, pecho y espalda,
A caminar empecé
y no por la Vía Láctea,
ni en la mejor vía y forma,
que en derecho lugar haya;
Sino por donde juzgué,
que algún camino llevaba;
porque no digan de Torres,
que descaminado anda.
En el texto dedica buen espacio a hablar de los preparativos, entre ellos las alforjas con cosas del comer:
Llamé a los signos, y el Tauro
me dio una pierna de vaca,
otra de carnero el Aries,
y el Piscis dos o tres raspas
Más aventura que devoción
Hizo el recorrido sin prisa; también sin especial devoción. En su relato Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor Diego de Torres Villarroel, lo manifiesta:
“Divertíamos poderosamente las fatigas del viaje en las casas de los fidalgos, en los conventos de monjas y en otros lugares, donde sólo se trataba de oír músicas, disponer danzas y amontonar toda casta de juegos, diversiones y alegrías. Convocábanse, en los lugares del paso y la detención, las mujeres, los niños y los hombres a ver el Piscator, y, como a oráculo, acudían llenos de fe y de ignorancia a solicitar las respuestas de sus dudas y sus deseos. Las mujeres infecundas me preguntaban por su sucesión; las solteras por sus bodas; las aborrecidas del marido me pedían remedios para reconciliarlos; y detrás de éstas, soltaban otras peticiones y preguntas raras, necias e increíbles. Los hombres me consultaban sus achaques, sus escrúpulos, sus pérdidas y sus ganancias. Venían unos a preguntar si los querían sus damas; otros a saber la ventura de sus empleos y pretensiones; y, finalmente, venían todos y todas a ver cómo son los hombres que hacen los pronósticos; porque la sinceridad del vulgo nos creen de otra figura, de otro metal o de otro sentido que las demás personas, y yo creo que a mí me han imaginado por un engendro mixto de la casta de los diablos y los brujos.”
Adivino en un mundo de crédulos
Aún con tales negocios y diversiones, el viaje estuvo también muy amenizado por la convivencia con piojos y chinches. Fue un recorrido incómodo en el que los viajeros también pasaron hambre. Sólo al llegar a Tuy, Torres Villarroel sintió su estómago agradecido: En su romance sobre el viaje escribió:
Comido para tres días,
salí de aquesta morada (Tuy),
porque en ella entré Quijote,
pero salí Sancho Panza.
Pese a las oportunidades económicas que tuvo el popular viajero, por su condición de adivino y sus saberes de medicina, afirmó que nunca se aprovechó de la asombrosa credulidad del vulgo hispano o portugués:
“Sin duda alguna hubiera vuelto rico a Castilla si hubiese dejado entrar en mi desinterés un poco de codicia o un disimulo con manos de aceptación; porque, con el motivo de concurrir a la mesa del ilustrísimo arzobispo de Santiago, el señor Yermo, el médico de aquel cabildo don Tomás de Velasco, hombre de mucha ciencia, mucha gracia y honradez, hablaba de mí en todos los concursos con singularísimas expresiones de estimación hacia mi persona y mis bachillerías. Agregáronse a su opinión y su cortesanía los demás médicos, y no hubo achacoso, doliente ni postrado que no solicitase mi visita. Atento, caritativo y espantado de la sencillez y credulidad de las gentes, iba con mi dotor sabio y gracioso a ver, consolar y medicinar sus enfermos, los que querían darme cuanto tenían en sus casas…”.
El peregrino Torres Villarroel vuelve a casa
La dureza con la que califica las posadas, gentes y lugares, contrasta el tono adulador hacia quienes le trataron a cuerpo de rey en las mesas episcopales. En concreto, loaría especialmente el trato los mandataros religiosos Fernando de Arango en Tuy, y José del Yermo en Santiago; en Compostela fue especialmente feliz por la acogida que le dispensó este último. Así lo expresó tambien en su romance:
Yo, al contemplar su persona,
y la célebre abundancia
de su archiepiscopal mesa,
dije luego: Habemus Papam.
En el retorno de Santiago de Compostela, el viajero no usaría las sendas de Portugal, sino las hispanas. Al final, se mostró satisfecho de la experiencia: “Cinco meses me detuve en este viaje, y fue el más feliz, el más venturoso y acomodado que he tenido en mi vida, pues, sin haber probado la más leve alteración en la salud ni en el ánimo, salí y entré alegre, vanaglorioso y dichosamente divertido en mi casa.
A la vuelta, el gran Piscator, se asentaría definitivamente en su ciudad natal y acabaría ordenándose como presbítero. También continuó vinculado a la Universidad. Falleció en 1770, en un palacio que había puesto a su servicio la duquesa de Alba.
Torres Villarroel fue un personaje burlón, desenfadado y provocativo; un intelectual destacado de los ilustrados Novatores hispanos. Su desenfado le dio popularidad y enemistades Pese a ser catedrático de Matemáticas nunca fue un científico destacado. Es más; despreciaba a algunos de los grandes científicos de tiempo.
Algo imponente es una historia del gran piscatoe – quién era el- y que secretos de este Hermano Peregrino encerraba en su creencia y el hecho humanitario.
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