Continuando nuestra serie sobre la historia de las peregrinaciones, seguimos hoy con las razones que incitaron a los peregrinos al viaje. En concreto el epígrafe analizado hoy será: Hambre, Literatura y Camino de Santiago. (Peregrinaciones y peregrinos (12): razones para la peregrinación (y 4) 

Por Tomás Alvarez

Desde la lejana antigüedad, la literatura y la huida del hambre incentivaron a muchos caminantes de todos los países a recorrer las sendas de peregrinación, y en concreto a la que conduce a Compostela.

Literatura en el Camino de Santiago

literatura y Camino de Santiago. La literatura oral y escrita sobre el Camino y la peregrinación siempre ha sido uno de los elementos que incitaron al peregrinaje. elcaminodekunig.com

Literatura y  Camino de Santiago

La peregrinación es en sí un tema literario…. Pero, a la vez, la literatura –tanto oral como escrita- es también un elemento que ha promovido la peregrinación.

Y en primer lugar hay que referirse a la literatura oral; a los textos memorizados, transmitidos de boca en boca entre la sociedad europea medieval. En ellos se recogen leyendas, milagros, romances y versos en los que late el mundo y las maravillas del peregrinaje.

Nunca hubiera sido masivo el flujo peregrino, sin una tradición oral que lo alimentaba; transmitida de generación en generación y de pueblo en pueblo. El milagro del peregrino ahorcado y las aves que vuelan después de ser asadas tiene multitud de versiones en toda Europa, versiones que responden a un sustrato oral ampliamente difundido por el continente.

milagro de las aves de Santo Domingo de la Calzada

El milagro de las aves de Santo Domingo. De Andrés de Melgar, Alonso Gallego. http://www.jdiezarnal.com/public/santodomingocalzada.html, Dominio público. https://commons.wikimedia.org.

Lo mismo pasa con los cantos del peregrinaje que animaban la marcha de los peregrinos, de los cuales tenemos constancia por textos que han llegado a nuestros días o por referencias que se leen en la novelística, como la de los peregrinos alemanes que se encuentran con Sancho, en la segunda parte del Quijote.

Los viajes santiagueños

La propia literatura de viajes a Compostela sirvió para ampliar la atracción del Camino de Santiago. En este sentido, quiero destacar una obra inmensamente difundida, copiada e imitada, la del clérigo boloñés Domenico Laffi.

Las referencias a la peregrinación han sido inmensas en autores notabilísimos, desde la ya citada de Miguel de Cervantes a la de Goethe, quien no tuvo duda al escribir que “Europa se hizo peregrinando a Santiago de Compostela”.

Pero se halla también en muchos otros conocidos escritores, como el curioso autor español Diego Torres Villarroel. Este nos dejó un relato de su viaje de 1736, de tono burlón, que poco ayudó a enaltecer la peregrinación en un tiempo de pérdida de prestigio.

Literatura moderna… y cine

Y en nuestros días continúa la influencia de la literatura, e incluso del cine.

A quienes recorren ahora el Camino de Santiago les sorprende a veces, encontrarse con caminantes coreanos. Estos se ven más en los meses de dura climatología, porque en el verano su presencia se diluye entre los miles de viajeros que avanzan hacia Compostela desde todos los puntos de Europa.

En los meses invernales, cuando los caminantes a Compostela apenas superan los dos o tres millares al mes, la mayoría de los viajeros son extranjeros y a veces el primer contingente proviene de Corea, seguido entre otros por unas docenas de brasileños. La razón de esa presencia relativamente fuerte de viajeros de países alejados tiene un carácter literario: los escritos de la coreana Kim Nam Hee y del brasileño Paulo Coelho.

Y cuando los escritos pasan al cine se produce también un impacto medible en las estadísticas de la peregrinación. Así ocurrió en 2010 tras la difusión en Estados Unidos de la película The Way (El Camino) protagonizada por Martin Sheen, en la que se presenta a un padre recorriendo la senda que no pudo completar su hijo, fallecido a causa de una tormenta de nieve en los Pirineos.

La trama peregrina

El tema de la peregrinación, en general, se halla en muchas obras universales de todos los tiempos. Tal vez la primera de ellas es la epopeya de Gilgamesh, narración acadia en la que el impío rey Gilgamesh emprende una peregrinación hacia lo desconocido, en busca del secreto de la inmortalidad.

Ese carácter “peregrino” está en otras muchas grandes obras de genios como Homero, Virgilio, Dante o Cervantes. Lo vemos en el retorno de Ulises hacia Ítaca, por territorios tan variados como el país de los míticos feacios o al hades, donde se encuentra con el adivino Tiresias; lo vemos en la Eneida, el viaje de Eneas hasta encontrar la “tierra prometida” del Lacio; en la Divina Comedia, donde Dante nos conduce por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso; y en el mismo Quijote, donde la peregrinación del loco caballero se realiza hacia algo también cargado de sacralidad: el amor y la justicia.

Diego de Torres Villarroel sobre grabado del palacio de Monterrey, en Salamanca,

Retrato de Diego de Torres Villarroel sobre grabado del palacio de Monterrey, en Salamanca, donde habitó y murió este famoso escritor, médico, catedrático y sacerdote salmantino. Imágenes de la Biblioteca nacional de España

Hambre y mendicidad

Pobres comunes y pobres peregrinos avanzaban al unísono por los caminos de la peregrinación, llamando a las mismas puertas. La literatura prácticamente les identifica. Era habitual en la Edad Media entender como peregrinos no sólo a los que iban hacia un destino sacro, sino también en un sentido amplio a aquellos que eran realmente transeúntes o viajeros.

En general, el peregrinaje equivalía a una marcha humilde en la que se practicaba la mendicidad, que era también una forma de oración. Eso no es óbice para que también hubiera reyes, nobles y dignatarios eclesiástico que marchaban con pompa y servidumbre hacia la tumba del Apóstol.

Los monarcas hispanos, singularmente los asturleoneses, otorgaron a las iglesias privilegios para atender a peregrinos y pobres. Así lo establece ya en el 886 Alfonso III en un documento a la iglesia de Orense; o así lo hace Alfonso VI para concederlos en 1085 a una alberguería burgalesa.

Una recomendación poco estimada

En el Códice Calixtino, existe una recomendación de ayunar “para que maltratada la carne con la continencia, haga expiación de las infamias del pecado”. Pero  el sentido común de los viajeros haría pensar lo contrario, por razones de salud.

Aunque se recomendase el ayuno para obtener indulgencias, en el Camino los viajeros tenían que atender al estómago para asegurar que la curación del alma no se hiciese a costa de la salud del cuerpo.

En consonancia con este hecho, la primera guía escrita para los peregrinos a Santiago, la de Hermann Künig, ya advierte en su inicio que quiere orientar al viajero para que pueda comer y beber y con ello llegar felizmente a su destino.

Edición de la guía de Hermann Künig impresa en Leipzig en el año 1521.

En relación al comer, el fundamento esencial siempre fue el pan. Este no solía faltar ni en los grandes centros, ni en los lugares más humildes.

La atención al viajero

En los hospitales principales solía darse un caldo, un trozo de carne, vino y pan; un pan especialmente valorado en lugares como Castrojeriz, donde se hallaba el convento de los antonianos, quienes cuidaban a los peregrinos que llegaban afectados por el ergotismo o “mal de los ardientes” enfermedad derivada del consumo de panes en los que se había contaminado la harina con el cornezuelo del centeno.

En los mejores centros de atención al peregrino abundaba la carne. Domenico Laffi cuenta maravillas del Hospital del Rey de Burgos, Pero aparte de contados centros poderosos sostenidos con privilegios reales y apoyo de grandes centros religiosos, la mayoría de los hospitales eran muy parcos en materia de yantares, y el viajero habría de contentarse con un trozo de pan y poco más; fruto de la caridad de los también humildes pobladores del territorio.

La caridad hispana fue famosa y animó a miles de peregrinos a marchar hasta Compostela. Y esto resultaba especial en momentos de crisis alimentarias. La esperanza de hallar alguna oferta alimenticia, incluso austera, era un sueño, un salvavidas, para incontables viajeros que dejaron sus casas impelidos por los periódicos azotes del hambre de la Edad Media.

Productos del Camino

En lo relativo al beber, el peregrino también recibió generosas atenciones. El tema está ampliado en uno de los reportajes de nuestra web, en el que se explica el interés especial del vino.

Monje catando el vino, en texto delsiglo XIII

Monje degustando el vino de una cuba mientras llena una jarra. Letra capitular de un libro del siglo XIII, conservado y digitalizado por la Biblioteca Británica y subido a Flickr Commons.
* Fuente Commons/Wikimedia.

Incluso en los siglos XVII y XVIII, cuando la fe ya no era motivo del viaje de la generalidad de los peregrinos, el afán de aventura de muchos se incentivó al saber que existía una senda donde el viajero hallaba aventuras y comida gratis. El viaje de Guillaume Manier es un ejemplo de ese “turismo pícaro” que existió por los caminos.

En ese turismo no se despreciaban tampoco las carpas capturadas en algún río, las setas que crecían a la vera de la senda, ni las uvas o los higos que crecían lozanos en las fincas cercanas.

En sus zurrones, los viajeros portaban esos frutos recogidos para alimentarse en los trechos más duros… y no morir de hambre. Aunque en la literatura vemos a veces en esos zurrones productos de escaso alimento, pero que, por lo menos, “entretenían” al caminante. Así, en el Quijote hallamos a unos peregrinos de Augsburgo que llevaban huesos pelados de jamón, ya sin carne alguna, que servían para entretener el hambre.

Las hambrunas medievales

Muchísimos peregrinos saldrían al Camino en la Edad Media huyendo del hambre y de la llegada de la peste, con la esperanza de hallar comida en el itinerario, y de transitar por zonas no infectadas por la enfermedad.

las crónicas medievales nos hablan de mortíferas hambrunas en las que retornó el canibalismo al Antiguo Continente. La mayor de ellas se conoce como «La gran hambruna europea». Ocurrió entre 1315 y 1332, e hizo que la población del continente bajara un 20 por ciento. Entonces, ante la ausencia total de comida, una vía para esquivar la muerte era la peregrinación.

No hallarían los peregrinos en aquel tiempo ni patatas ni tomates, que llegaron al Viejo Continente con el descubrimiento de América; tampoco conocerían un chocolate caliente, que también fue una aportación posterior; pero podrían sentirse afortunados ante un trozo de pan de trigo en España, donde la climatología fue más benigna que en el interior del Continente y donde los efectos de las hambrunas se notaron menos.

Para conocer más a fondo el mundo de la alimentación en el Camino.

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