Continuando nuestra serie sobre la historia de las peregrinaciones, analizamos las razones que incitaron a los peregrinos al viaje. En concreto nos referiremos en esta ocasión a dos muy notables: las reliquias y la picaresca. (Peregrinaciones y peregrinos (11): razones para la peregrinación (3)
Por Tomás Alvarez
En pasadas notas relativas a la historia de las peregrinaciones hemos visto las siguientes razones que han impulsado al viajero: la piedad, la devoción, la búsqueda del conocimiento, la aventura, la salud, la penitencia y el agradecimiento. Hoy añadimos la picaresca y la atracción de las reliquias
El interés pícaro
Resulta difícil otorgar la categoría de peregrinos a aquellos que lo hacen a la manera pícara; personas que tratan de sacar provecho de engaños y trapacerías. Pero la realidad es que desde la antigüedad hay testimonios de viajeros que recorrían las vías para ganarse la existencia a costa del peregrino de buena fe; …y también engañando a los habitantes de los lugares por los que realizaba su recorrido.
Las formas de “engañar” a los demás en provecho del tunante eran variadas. En el listado, el tráfico con bulas, la venta de falsas reliquias o el simple robo. Este se practicaba durante el Camino, aprovechándose de los descuidos de compañeros en el viaje; en las concentraciones urbanas; en las ferias, e incluso esquilmando a los hospedados en las ventas u hospitales.
En el texto de Veneranda dies (Códice Calixtino) se dedican buenos párrafos a este problema. Allí se critica a los estafadores, mesoneros, falsos clérigos y delincuentes de toda ralea que utilizan el camino para estafar al incauto. En este sermón se descubren curiosas añagazas; empezando por la de aparentar lesiones o enfermedad para estimular la caridad del prójimo.
Las antiguas trapacerías
“¿Qué decir de algunos hipócritas que, so pretexto de enfermedad se sientan en el Camino de Santiago o en el de otro santo cualquiera, estando sanos, y se muestran a los transeúntes? Unos, muestran a los transeúntes sus piernas o sus brazos, ora teñidos con sangre de liebre, o escoriados con ceniza de la corteza del álamo blanco; en apariencia con gran dolor, por motivos de avaricia para poderles arrancar la limosna. Otros tiñen sus labios o sus mejillas de color negro; otros que traen palmas y capas de Jerusalén y pintan su cara y sus manos con unas bayas de los bosques que los franceses llaman lotuesas, para tener la apariencia de enfermos….”
Como vemos, siempre fue difícil evitar el engaño y distinguir al peregrino normal del truhán. Ya los cantares de gesta nos hablaban de los falsos peregrinos. En la novelística de todas las épocas también se hallan relatos de timadores; traficantes de reliquias, y aprovechados de la credulidad. Algunos, incluso cruzaban los pueblos y ciudades desnudos, tal como Dios los trajo al mundo, con objeto de incrementar la caridad de los incautos.
…Pero también se podían incluir en el capítulo de los pícaros a muchos viajeros que recorrían y recorren los caminos para “vivir del cuento” y divertirse conociendo mundo. La crónica de la peregrinación del francés Gillaume Manier, nos da una buena idea de ello.
El culto a las reliquias
Se entiende por reliquia la parte del cuerpo o de la vestimenta de un santo, o cualquier objeto vinculado a este, y que se venera como objeto de culto. Hasta las piedras de las cuevas donde el santo eremita se cobijaba se conservaban con devoción. No es extraño encontrar en los relicarios de las iglesias “grandes tesoros” como pretendidos útiles de tortura de mártires o pedruscos de alguna lapidación.
En la generalidad de las religiones, el culto a las reliquias es patente porque, para los fieles, la contemplación de una de ellas supone una forma de contacto real con la figura venerada.
Desde los orígenes del cristianismo, las persecuciones ordenadas por la autoridad política del imperio romano causaron infinidad de muertes. Se dice que los cristianos piadosamente recogían los cuerpos de las víctimas; incluso empapaban trapos en la sangre del mártir; sangre que luego recibía veneración.
El ser humano… y el bienaventurado
Esa relación del hombre con las reliquias del mártir servía para enaltecer las virtudes del sacrificado, honrar su fe y pedir su intercesión. Los fieles imaginaban que el bienaventurado no estaba realmente muerto, sino que merced a su sacrificio se había incorporado al cielo, donde habitaba a la vera de Dios.
Desde el principio de los tiempos cristianos, y recogiendo tradiciones anteriores, el lugar donde reposó el cuerpo del martirizado tiene una connotación sagrada. Tanto este como el punto donde se produjo el martirio eran ubicaciones propicias para la celebración de la eucaristía; por ello muchas iglesias se hallan en este tipo de enclaves..
Ni un templo sin reliquia
No debía haber templo sin reliquia. Así lo estableció el Concilio de Cartago, al fin del siglo IV; porque acercarse a las reliquias equivalía a acercarse al ser bienaventurado y con él a la propia divinidad. Y pronto se asociaron aquellas con un poder taumatúrgico capaz de superar las reglas de la física y la naturaleza.
Ese amor a las reliquias es universal. Si en la Cúpula de la roca, en Jerusalén, se atesora ha huella de la última pisada de Mahoma antes de ascender al cielo, en Kandy (Ceylán) millares de fieles acuden a venerar un diente de Buda, y en torno a él organizan festividades con brillantísimos desfiles de elefantes.
El aprecio a las reliquias arraigó en las masas atraídas por su poder; pero además fomentó la fortuna de aquellos templos mejor provistos de ellas. Su posesión equivalía a riqueza. Por ellas hubo robos y luchas y con ellas se efectuó un tráfico comercial en el que abundaron las falsificaciones.
El paso de los cruzados y las reliquias
Un momento especial en esta materia fue el de las cruzadas. Estas fueron impulsadas por el papado y mandatarios occidentales con el objetivo de facilitar las peregrinaciones a Tierra Santa, los lugares en los que predicó y habitó Cristo.
El paso de los cruzados por Tierra Santa fue un elemento dinamizador del tráfico de reliquias… y también de la propagación de falsificaciones. Estas últimas proliferaron tanto que el propio Concilio de Letrán, realizado poco más de un siglo después de la primera cruzada, ya advirtió del abuso y el engaño en esta materia.
Entre las reliquias más célebres estarían las del el Lignun Crucis (el leño de la crucifixión), el Santo Grial, la Corona de Espinas, la Sábana Santa, el Sudario, Los clavos de Cristo… Como se puede ver, todas vinculadas a la Tierra Santa. Muchas de estas han sido sujeto de falsificaciones. Ya Calvino se mofaba hace medio milenio del Lignun Crucis, advirtiendo que si se reunieran todos los pedazos de la cruz de Cristo venerados como tales no cabrían en una embarcación.
Pero la invención –o la credulidad– han sido grandes en cuestión de reliquias. No es otra la razón de que se hayan catalogado algunas absolutamente insólitas, como la paja del Portal de Belén, pañales de Jesús, el “Santo Prepucio”, la leche de María, y hasta plumas del arcángel San Gabriel y del Espíritu Santo. El falsificador siempre suele rondar en torno a la gente crédula.
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