Continuamos con la serie sobre la historia, la sociedad y las peregrinaciones. Hoy con una referencia especial a las razones para la peregrinación, y en concreto tres de ellas: la piedad, la devoción y el conocimiento. (Peregrinaciones y peregrinos (9): razones para la peregrinación (1) 

Por Tomas Alvarez

En capítulos anteriores analizamos cómo existe una universalidad en el sentimiento religioso, aunque en las distintas culturas haya enfoques dispares sobre la propia esencia de la religión. En el capítulo de hoy vamos a acercarnos a los motivos para el peregrinaje.

Efigio de peregrino en el mirador de Künig, de Villamejil, León.

Desde la antigüedad, el hombre ha encontrado multitud de razones para la peregrinación. En la imagen, efigie de peregrino, al atardecer, en Villamejil, León; territorio por el pasó en el siglo XV el monje alemán Hermann Künig.

El contacto del creyente con lo sagrado se facilita mediante ritos con personalidad propia, distintos de la rutina diaria. Entre ellos, la asistencia a los oficios religiosos y la peregrinación a santuarios o lugares vinculados a lo sacro. Son ocasiones en las que el ser humano, cargado de piedad, atribulado por las incertidumbres o agradecido por pretendidos favores divinos, pide ayuda o da gracias por ella.

LA PIEDAD

En un listado de razones para la peregrinación, la primera sería la piedad. Para el Diccionario de la Lengua Española, la piedad es una cualidad o virtud que, por el amor a Dios, inspira tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.

También se define como amor entrañable que se consagra a los padres y a objetos venerados. La piedad reclama asimismo la obediencia a los mandamientos y vida ajustada a las normas de la religión.

Así los viajeros acuden a Jerusalén por razones basadas en la misericordia y el amor a los protagonistas de su fe. Los cristianos acuden para ver los lugares de la Pasión; los musulmanes van a la cúpula de la Roca, porque de allí se reencuentran con un lugar en el que estuvo el profeta; en tanto que los judíos saben que este es el centro de su propia existencia como pueblo elegido; la sede del templo, el lugar del Arca de la Alianza.

LA DEVOCIÓN

Si la piedad se define como virtud o don, la devoción es un sentimiento positivo hacia alguien o algo.

Se trata de un amor, veneración o fervor particular. Así como la piedad implica un amor generoso, desinteresado, la devoción a muchos santos tiene un sentido más operativo. A santa Apolonia sus devotos le rezan en caso de dolor de muelas o a Santa Lucía para proteger la vista…

En el Diccionario de la Lengua se indica que la devoción es una “práctica  piadosa no obligatoria”, es decir: voluntaria. Así como hay obligación de respeto o amor a la divinidad, hacia otros santos se puede tener o no un afecto especial. En gran medida, la devoción a vírgenes y santos ha sido un motor de peregrinos.

La fragilidad del ser humano

La devoción es otra de las razones para la peregrinación porque el ser humano, frágil ante la muerte, la violencia, el hambre o la esclavitud, recurre al bienaventurado del que es devoto y busca su intercesión. Y para realizar ese acercamiento acude a los lugares donde están las reliquias, los ámbitos vinculados al ser venerado, entre ellos sus  santuarios.

Fieles accediendo al santuario donde se veneran los restos de Hagi Alí, en Bombay

Fieles accediendo al santuario musulmán donde se veneran los restos de Hagi Alí, en Bombay; centro de peregrinación desde el siglo XV. Imagen de Tomás Alvarez

Esos lugares sacros pueden estar en medio de una montaña elevada, un bosque o una megalópolis de millones de habitantes. Pero siempre hay un elemento central que convoca la devoción de los fieles: un cuerpo, una reliquia… o una leyenda.

Desde las soledades…

Los enclaves en los que se respira la devoción se hallan en los lugares más insospechados… Recuerdo haber conocido uno de ellos –hace más de cuarenta años- en un lugar apartado del sur de Argentina, a la vera del río Colorado. Era el punto donde reposaban los restos de Ceferino Namuncurá, venerado ya como santo por las gentes patagónicas; un un ámbito solitario donde sobresalía una rudimentaria atalaya de madera en torno a una cerca no menos primitiva.

En la actualidad, Ceferino Namuncurá, un muchacho de origen mapuche, aspirante a sacerdote y fallecido en 1905 en Roma, antes de cumplir los 20 años, ya ha sido beatificado por la Iglesia.

Hace unos doce siglos, también era un ámbito solitario el punto donde se hallaron unos restos que fueron atribuidos al apóstol Santiago el Mayor. A aquel lugar solitario empezaron a ir los peregrinos y en torno al sepulcro creció la ciudad de Compostela.

Hasta las megalópolis

Pero otros santuarios surgieron desde un inicio en las megalópolis. Uno de los que conocí fue el dedicado a Haji Alí en Bombay. Visité el centro religioso hace algunos años en el curso de un viaje realizado con una ONG volcada a los más desfavorecidos de aquel territorio indio. El lugar se halla cerca del núcleo de la ciudad, en un islote situado en el margen occidental de la península sobre la que se asienta la urbe.

En el reducido espacio se hallan la mezquita y la tumba del piadoso musulmán, en un sencillo y a la vez encantador recinto de arquitectura indo-islámica. Haji Alí era un mercader uzbeco del siglo XV que abandonó las riquezas materiales, peregrinó a la Meca y se ubicó en la costa de la India para predicar su fe.

Peregrinos y viajeros de diversas religiones recorren la estrecha senda que une el islote con el continente para acudir a venerar a este santo y obtener sus beneficios. A ambos lados de la senda, los mendicantes permanecen sentados esperando la caridad de los viajeros, en un acceso estrecho que es impracticable cuando está alto el nivel del mar. Uno de los aspectos que da sentido al viaje es el propio camino, enmarcado por las aguas, hacia un espacio de arquitectura bella y blanca, entre devotos de todos los credos.

EL CONOCIMIENTO

El ser humano siempre ha deseado acceder al conocimiento. Desde la infancia, todos los seres racionales se preguntan por la razón de ser de las cosas y sobre su propio futuro. En ese deseo radica otra de las razones para la peregrinación.

Ya en la antigüedad existían numerosos templos donde los oráculos predecían el porvenir e informaban sobre lo desconocido. La historia y la literatura nos hablan de ellos. Uno de estos era el santuario de Apolo de Delfos, Grecia; allí, la Pitonisa facilitaba el acceso al conocimiento de lo oculto. No es una casualidad que en el pronaos del templo se hallase inscrita la frase “conócete a ti mismo”.

Templo de Apolo en Delfos, Grecia, donde la Pitia o Pitonisa pronunciaba sus famosas predicciones

Ruinas del Santuario de Apolo, en Delfos, Grecia, a donde peregrinaban viajeros de todo el Mediterráeo y Asia Menor, con el fin de consultar a la Pitia.
* Fuente Commons/Wikimedia/Jebulon.

El ansia por conocer detalles de nuestro destino llega a nuestros días. No es otra la razón por la que millones de personas leen de forma habitual los horóscopos que publican los medios o escuchan a los adivinadores en sus consultas. Esa preocupación por la historia personal la tenía el propio Alejandro Magno, personaje cuyas acciones parecen siempre ligadas a la desmesura. El dirigente macedonio  peregrinó al templo de Amón, ubicado en el oasis de Siwa, para indagar sobre su linaje. El viaje ocurrió tras su campaña victoriosa de Egipto, durante la cual fundó la ciudad de Alejandría.

El macedonio dejó la nueva ciudad en obras para adentrarse unos 600 kilómetros por el desierto en dirección al oasis. No hay certeza sobre la consulta, pero parece ser que indagó sobre su ascendencia y el sacerdote –tal vez deseoso de una donación que enriqueciera el establecimiento–  le confirmó que su padre era Amón, el Zeus egipcio.

Indicios de un futuro ignoto

Al igual que Alejandro, muchos otros hombres han peregrinado para hallar la respuesta de la divinidad a sus preguntas. Por todo el Mediterráneo proliferaron los puntos oraculares. En Grecia destacaban Delfos u Olimpia; en Egipto también estaba el de Heliópolis, pero los había asimismo en Fenicia, Asiria o la península itálica, y los hay en diversas culturas.

Pero junto a quienes buscan el conocimiento sobre uno mismo, ha habido muchos otros que peregrinan para conocer otras realidades y culturas del orbe o para profundizar en la espiritualidad y las vivencias de otras religiones.

Son numerosos los grandes viajeros que peregrinaron por el mundo en busca de la verdad. Tal vez el más famoso de los hispanos es el místico y poeta Ibn Arabí, ya citado anteriormente, quien recorrió todo el norte de África, Egipto, y Oriente, visitando ciudades como Jerusalén, la Meca y Medina.

La liberación de la mente

Ibn Arabí es una figura vinculada al sufismo, muy respetuoso con las diversas creencias. “Dios –dijo– es demasiado grande para estar encerrado en un credo con exclusión de los otros.” Pasó los años de ancianidad en Damasco, donde falleció en 1240. Sobre su tumba se edificó un santuario al que siguen llegando fieles. Dejó una obra copiosísima. Para este místico,  llamado en su tiempo “el más grande de los maestros”, el peregrinaje por la tierra era básicamente un acercamiento a la sabiduría.

Esa búsqueda del conocimiento es esencial en diversas religiones. El jainismo, por ejemplo, es una doctrina originaria de la India que no está ligada al culto a un dios concreto, sino que busca un estado espiritual y de conocimiento superior. Respetuosos con la vida, místicos, pacifistas, vegetarianos… los jainistas peregrinan a centros (tirtha) en las montañas para alcanzar el conocimiento y la liberación del alma.

Mi experiencia personal me indica que el recorrido por una senda como el Camino de Santiago puede proporcionar al peregrino una ocasión para liberar la mente y profundizar en el conocimiento personal, independientemente del credo del viajero.

La senda y la mirada hacia nosotros mismos

La inmensa mayoría de los seres humanos, atenazados por un ritmo de vida frenético, en el que la actividad diaria está marcada por el cumplimiento de un programa inexorable, apenas tiene momentos para reflexionar sobre los problemas reales de la propia existencia. En cambio, en el Camino, marchando lentamente por medio de montes o  desiertas parameras, la mente se va liberando.

En esa marcha, la sequedad o el verdor, el reverbero de la luz en el horizonte, los cantos de los pájaros o los brillos de las alas de los saltamontes atraen nuestra atención y nos hacen olvidar las ataduras a los horarios, los deberes, las convenciones, la rutina, el hastío o el estrés. De este modo, cada día durante bastantes horas, podemos mirar hacia nuestro propio interior con otra objetividad con una perspectiva más limpia. Entonces relativizamos los problemas y buscamos la esencia de nuestra propia existencia.

El largo viaje no sólo nos aproxima físicamente a la meta de la peregrinación, sino que nos libera la mente y clarifica nuestro propio destino. Ese es el gran milagro diario del Camino.

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