Continuamos con la serie sobre la historia, la sociedad y las peregrinaciones. Hoy con una referencia especial a la ciudad de Jerusalén. Peregrinaciones y peregrinos (8)
Por Tomás Alvarez
Sin duda, el lugar donde en mayor medida se manifiesta la tradición y la sacralidad de las religiones monoteístas es la ciudad de Jerusalén. En la historia de las peregrinaciones, esta es una urbe especial; ligada a varias religiones; motivo de intenso amor y de sangrientas represiones… durante milenios.
Una de las escenas típicas de esta vieja urbe es la de los judíos rezando ante el Muro de los Lamentos o de las Lamentaciones; pero esa es sólo una imagen más de la actividad religiosa en Jerisalén, porque esta es sagrada también para cristianos y musulmanes.
El Muro es el lugar más sagrado para el judaísmo, porque se trata de un fragmento de los restos del segundo templo de Jerusalén, y el templo es la sede de la identidad de los judíos como pueblo.
Una mirada a la historia
Merece la pena hacer un recorrido histórico sobre el tema, y recordar en especial la marcha de los israelitas por el desierto, cuando salieron del Egipto faraónico bajo la guía de Moisés, en busca de la “tierra prometida”. Aquel largo viaje por el desierto se narra en el Éxodo; un texto base del sentir “nacional” de este pueblo.
En el trayecto, los israelitas crearon el santuario móvil, el tabernáculo; una tienda dividida en dos espacios: el lugar santísimo, donde custodiaban el Arca de la Alianza, con las Tablas de la Ley; y el lugar santo, con el famoso candelabro de siete brazos y otros elementos litúrgicos.
La creación de este centro de culto itinerante es clave porque se trata del arranque real del culto monoteísta hebreo y la visualización del mismo en un espacio sacro, con su propia simbología.
Mito y realidad
Hay leyenda y tal vez una base real en muchas de las historias de la Biblia. Y la estancia de los hebreos en Egipto puede ser cierta. Hubo un periodo en el que el imperio Egipcio estuvo dividido en dos. Los hicsos invadieron el norte de Egipto hacia el siglo XVII a.C. En este grupo de gentes que descendieron al sur empujadas por los hititas, venían pueblos de Canaán-Siria-Fenicia. Dominaron el Egipto del norte, la zona del delta del Nilo, hasta que fueron expulsados por Amosis I (reinado 1550 a 1525 a.C.).
Tal vez la huida de Egipto sea en realidad una versión de la expulsión de los invasores después de que el ejército de Amosis I controlara la zona y los redujera a la esclavitud.
El hecho es que en el Éxodo –escrito presuntamente por Moisés– se narra la salida de Egipto y se establecen también las bases de la liturgia de los evadidos de Egipto. La historia, la moral, los mandamientos, el tabernáculo y el sacerdocio. Podríamos decir que es el texto fundacional del judaísmo.
Los primeros templos
Aquel tabernáculo viajero se trocó en un sólido y grandioso templo pétreo hacia el año 1000 a.C. bajo el reinado de Salomón; obra que destruyó Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el 587 a.C.
Zorobabel, pocas décadas después de la destrucción, rehízo el templo; un edificio más humilde que el anterior, pero muy ampliado en tiempos de Herodes el Grande. Finalmente, lo volvió a destruir el ejército romano de Tito en el año 70.
Tito dejó enhiestos unos muros, precisamente para mortificar a los judíos y hacerles lamentar su rebeldía; de ahí el nombre de estas ruinas. Son los únicos restos visibles del Segundo Templo tras su destrucción. Allí acuden los judíos a orar. Son poco más de 60 metros de pared donde se congregan los fieles, pero este muro continúa hasta una longitud de más de 400 metros entre las casas del barrio árabe de la ciudad y la Explanada de las Mezquitas.
El tercer templo
El judaísmo ortodoxo aspira a que haya un Tercer Templo; pero de momento, este es el vestigio del segundo, al que acuden los judíos a orar, leer textos sagrados o hacer peticiones escritas que depositan entre las piedras. Son peregrinos de todo el mundo, tanto residentes de Israel como judíos llegados de otras naciones.
Ya en la antigüedad los habitantes de Israel debían acudir a este lugar sagrado al menos una vez al año, y los de la diáspora una vez en la vida.
Se dice que desde tiempos de Cristo, la ciudad ha sido conquistada once veces y destruida en gran parte cinco. Sin duda, la mayor de las devastaciones fue la de Tito. Este emperador incendió la urbe; destruyó lo que quedaba de sus murallas y monumentos, y roturó su entorno, en un radio de 18 kilómetros.
La Jerusalén Celestial
En la actualidad, la mayor parte de los restos de la ciudad de tiempos de Cristo permanecen bajo metros de cascotes, y la parte visible del muro del templo tiene poco más de la mitad de la altura, si se tiene en cuenta lo que está enterrado por efecto de las destrucciones.
Pero Jerusalén es también ciudad santa para los cristianos. La vida de Cristo y sobre todo su Pasión, están íntimamente ligadas a esta urbe.
Aún en nuestros días, para hablar de una comunidad ideal de los fieles se habla de la Nueva Jerusalén. Este es un concepto que trasciende los siglos y que tiene su más bella manifestación material en el arte; en la ciudad ideal.
El gótico plasmó la ciudad ideal en las portadas de las catedrales; con unas maravillosas creaciones inspiradas en la Nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis, como símbolo de la ciudad de Dios:
“…tenía la claridad de Dios; cuya luz era semejante a una piedra preciosa, a piedra de jaspe, transparente como cristal, con doce puertas, y en las puertas doce ángeles y nombres esculpidos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel, Tres puertas al oriente, y tres puertas al norte, tres puertas al mediodía, y otras tres al poniente.”
Jerusalen, ciudad ideal… ciudad real
Cuando en las portadas góticas se representa a los músicos, los santos, profetas o a la Virgen se les sitúa debajo de arcadas y construcciones, representando su estancia en la ciudad de Dios, la Jerusalén celestial.
En ausencia de esa Jerusalén celestial, la Jerusalén real de nuestros días alberga un punto central del cristianismo. Ese punto es la iglesia del Santo Sepulcro, el santuario religioso más afamado, custodiado por diversas confesiones cristianas.
Parece ser que las peregrinaciones a la Tierra Santa se iniciaron pronto, después de que la devoción a Cristo arraigase por las predicaciones y textos de la nueva religión, tales como Los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Peregrinaciones cristianas
Ya en los siglos II y III parece que hubo viajes de curiosos y devotos para ver aquellos espacios ligados a la vida de Jesucristo, tanto el de la crucifixión como el del enterramiento y el Cenáculo.
La atención preferente se centró en el Gólgota y el Santo Sepulcro. Tras la destrucción de Tito, Adriano había ocupado este enclave para crear un templo dedicado a Venus, pero los cristianos seguían teniendo devoción al punto donde se hallaban tales escenarios de la Pasión.
Elena, la madre de Constantino el Grande, viajó a Jerusalén y –parece ser– identificó el sepulcro y la cruz. Su hijo ordenó erigir allí una primera basílica.
Desde el siglo IV la ciudad es un gran centro de peregrinación. Su momento más duro fue en 1009 cuando quedó destruida la basílica totalmente por el califa fatimita al-Hakim bi-Amr Allah. Fue reconstruida en el final de ese mismo siglo. Hoy, la basílica es el centro principal de la peregrinación cristiana hacia Israel; una peregrinación que no ha cesado a lo largo de los siglos, y en la que se incluyen no sólo a la madre de Constantino el Grande, sino otros famosos viajeros como Eteria, Santa Brígida de Suecia, Arnold von Harf, Bjorn Einarsson o Margery Kempe.
…Y peregrinaciones mahometanas
Por su parte, para los mahometanos, Jerusalén es otro de los grandes centros de peregrinación. La Cúpula de la Roca es el monumento emblemático para ellos. El edificio está en medio de la explanada de las Mezquitas (o explanada del Templo); fue construido en el siglo VII sobre una roca sagrada para el islam e incluso para el judaísmo.
Se dice que desde esta roca Mahoma ascendió al cielo, a la contemplación de Alá, acompañado por el arcángel Gabriel. Es –dicen los judíos– la misma sobre la que Abrahán intentó el sacrificio de su hijo y desde la que Jacob vislumbró una escalera que ascendía al cielo.
La cúpula fue levantada en el 685 por el califa de Damasco, que potenció este lugar como alternativa de peregrinación, en sustitución de La Meca y Medina, en un momento en el que había tensión política entre los territorios dominados por el islam.
Esta es la primera gran obra islámica, una bella cúpula elevada sobre un octógono; obra influenciada por la arquitectura bizantina. La cúpula es santuario, no mezquita. Al lado, está la mezquita de Al-Aqsa en la que caben 5000 personas. Los dos edificios están ocupando terrenos de los que fue el templo de Herodes.
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