monasterio de obarenes

La que fuera Abadía Imperial en la Edad Media, es ahora un valioso edificio devorado por la hiedra y el abandono. Imagen de Miguel Moreno

Por Miguel Moreno Gallo

El Camino jacobeo que discurre entre Burgos y Bayona (Francia) citado por Hermann Künig en su guía (siglo XV) cruza en el norte de Burgos los Montes Obarenes. En este espacio se halla, en el abandono, una antigua abadía, que mereciera mejor destino que la ruina y el olvido.

Los Obarenes son un sistema de montes de la provincia de Burgos que parecen desgajados de la Cordillera Cantábrica y que se acercan  a las estribaciones de la sierra de La Demanda. Al norte, la comarca de las Merindades de Castilla, y al sur la Bureba, dos fértiles graneros de trigo de enorme valor estratégico a lo largo de la historia.

El Imperial Abadía de Santa María de Obarenes.

Los pliegues geológicos han creado valles estrechos, en uno de los cuales, bien protegido entre los montes, se encuentra el Abadologio del Imperial Monasterio de Nuestra Señora de Obarenes: demasiado título para las actuales ruinas, pero un nombre apropiado a los ojos de doña Rica, esposa del emperador Alfonso VII, quien lo restauró en 1151.

Hasta entonces, el monasterio benedictino de Santa María o de Obarenes, como se le conoce popularmente, se había llamado de los Santos Lorenzo, Mamés, Justo y Pastor y Caprasio. Una denominación tan larga se debe, seguramente, a la unión de diversos eremitorios que se esconden en los montes Obarenes, alguno de los cuales, como es el caso de San Mamés, aún conserva un ábside románico junto a las cuevas primitivas.

san mamés montes obarenes

Restos del ábside del antiguo ermitorio rupestre de San Mamés. Imagen de Miguel Moreno

Lo cierto es que el monasterio de Santa María de Obarenes tuvo una próspera vida a lo largo de los siguientes dos siglos, con numerosas posesiones cedidas por los reyes en los pueblos cercanos y con afluencia de peregrinos, dada su proximidad al Camino de Santiago por Pancorbo.

De ese período es la iglesia, de estilo gótico. Cuenta con una sola nave, crucero y cabecera triabsidial, con cubierta de bóvedas de crucería, es obra del siglo XIII.

A partir del siglo XIV cambió el viento de la historia y poco a poco aquel edificio majestuoso no pudo soportar las guerras. Los gastos pasaron a ser más cuantiosos que las rentas y los monjes fueron descendiendo en número.

La abadía en tiempos de Hermann Künig.

En esa situación debía encontrarse cuando Hermann Künig pudo pasar por Ameyugo en el camino de regreso de Santiago de Compostela hacia Aquisgrán. Desconocemos si se acercó a rezar a la virgen de Obarenes, pero si así lo hubiera hecho, se habría encontrado con el abad Pedro de Cerezo, que gobernó el cenobio por esa época.

Maqueta oe Obaranes

Maqueta del monasterio de Santa María de Obaranes, recreación de Fernando de Miguel.

Según los datos de fray Gregorio de Argaiz, en su obra La Soledad laureada por San Benito y sus Hijos VI (Madrid, 1675) Pedro era sobrino del anterior abad, Juan de Fontecha, y fue quien mandó “pintar e pincelar todo esta iglesia e fizo esta capilla [cementerio comunal] fuera de otras cosas muchas que serían prolixas de escribir. Este estableció que se enterrasen todos los monjes en esta capilla e dio muestras de buen pastor de lo que tomó en cargo; e los maestros que lo pincelaron e pintaron fueron fray Pedro de Miranda e Pero Sánchez de Ansio, vecino de Moriana”.

En 1488 se unieron al monasterio los prioratos de San Salvador y San Lázaro de Hornillos. San Salvador es el nombre que había tomado un pequeño monasterio en la zona de San Mamés, en Pancorbo, pero San Lázaro procedía de Hornillos del Camino, en plena ruta jacobea. Se trataba de un hospital o lazareto que conoció con toda seguridad Künig a su paso por el Camino de Santiago entre Burgos  y Castrojeriz.

El declive y la ruina.

El monasterio de Obarenes desapareció en 1835 tras el decreto de exclaustración general. Ya había sufrido un incendio, en 1781, y el paso de los soldados de Napoleón, que apenas habían necesitado desviarse del camino de Francia para saquear los escasos bienes que quedaban. Tras la marcha de los monjes, el edificio se convirtió durante un siglo en vivienda de labradores. En 1949, un nuevo incendio redujo gran parte a cenizas.

interioriglesia obarenes burgos

La iglesia, con sus grandes bóvedas de crucería, nos recuerda aún los mejores tiempos del monasterio. Imagen de Miguel Moreno.

En la segunda mitad del siglo XX, el claustro se convirtió en un establo, donde aún reposan toneladas de excrementos entre la maleza y las ruinas. La iglesia, con sus buenas bóvedas de crucería, amenaza con caerse sobre los escasos visitantes que aprovechan la ausencia del guarda para colarse en el interior. Pero el lugar conserva un aire romántico, comido por las enredaderas, entre tierras cultivadas de cereal, en un escenario paisajístico que invita al paseo.

Aún hoy se accede allí por un camino de tierra que discurre al pie de una carretera abandonada que proyectaron los vinateros de la Rioja para dar salida a sus productos en el siglo XVIII por el puerto de Santander.

El edificio y el enclave merecen un mejor destino que el abandono y la ruina.