vidrieras

La catedral de León es una de las más importantes del arte gótico, en especial por sus vidrieras. En la foto, las de la cabecera del templo. Imagen de Guiarte.com

La ciudad de León ocupa un lugar importante en la Guía de Hermann Künig (siglo XV), en la que advierte de la existencia de tres caminos para avanzar desde la ciudad hacia Compostela: el del Salvador (Oviedo), el de Astorga-Rabanal, y el camino de Santa Marina (el que recorrió) que conduce al Bierzo por el paso de Brañuelas-Cerezal

El escritor Jose Pedro Pedreira realiza una semblanza cargada de amor hacia esta histórica ciudad, en la que sigue latiendo con vigor la historia y la poesía:

LEÓN

Por Jose Pedro Pedreira

Las ciudades cambian pero hay en ellas un espíritu que permanece siempre.

Me he encontrado a lo largo de los años con leoneses nacidos a principios del siglo XX que me han contado la historia de la calle Ancha, la avenida de Ordoño II, el paseo de Papalaguinda, la plaza Mayor, la del Grano, el casco antiguo e incluso la catedral con su incendio, sus cigüeñas y sus piedras heridas, de mil formas diferentes. Pero todos: los mayores, los más jóvenes, los optimistas, los nostálgicos, los inmigrantes, los nativos, los forasteros, los turistas, los prácticos y los soñadores la vemos como una ciudad de espacios abiertos, llena de luz, de calma y de belleza (de ella dijo Ortega y Gasset: “la ciudad irradiando reflejos tienes un despertar de joya”).

Es este un lugar que sentado en un fondo solidario y a la vez individualista, heredero de un rico pasado y portador de un presente lleno de horizontes, abre grietas continuas por las que asoman su resignación y sobre todo su orgullo, porque esta vieja población que los romanos construyeron en los primeros años de la era cristiana como un cuartel ya se había ganado un prestigio gracias a sus concilios, fueros y reyes mucho antes de que Castilla tuviera leyes.

León: una increíble densidad histórica

Por aquí pasaron severos astures que amaban el rigor y temían a las fuerzas naturales; romanos ambiciosos abriendo caminos en busca del oro y las riquezas; astutos visigodos capaces de engañar a los romanos, y musulmanes sabios que cambiaban cultura y religión por campos, cabañas y doncellas, hasta que cristianos de Asturias realizaron incursiones por el norte, al mando de Alfonso I, que iría cimentando las bases del que iba a ser el ambicioso Reino de León.

Surge aquí la noción de Imperio heredada de visigodos y romanos, y se aventuran por otras tierras en la ilusión de “crear España” a través de la conquista. Incluso se llegó a coronar a un rey, Alfonso VII, como emperador.

Resurreccion lazaro en san Isidoro

Una obra de los primeros tiempos de la escultura románica en la Península Iberica. Capitel de la resurrección de Lázaro, en el Panteón de Reyes de León. Imagen de Tomás Alvarez

Los sueños de triunfo habían logrado germinar en esta tierra para hacerse grande hasta que la anexión a Castilla y después los reyes Católicos suprimiendo fueros y privilegios, acabarían definitivamente con la majestad de su ilusión y las prebendas de sus nobles.

Frontera, cruce de caminos, capital del reino que marcaba la línea divisoria entre el mundo musulmán y el cristiano, los siglos X, XI y XII, esencialmente, le reportaron poder y gloria. Antes, esta legión ubicada entre el Bernesga y el Torío, en un sitio “llano, fértil y delicioso” se dedicaría a la guerra pero también a pacificar otras regiones, como Cantabria y Asturias, belicosas y rebeldes al poder de Roma.

Según cuenta Manuel Risco en Historia de la ciudad y corte de León y de sus reyes, “edificaron los Romanos esta ciudad en forma cuadrada con quatro puertas que miraban a las quatro partes principales del mundo... Las puertas eran de mármol y sobre ellas pusieron los Romanos piedras escritas con los nombres de los primeros que poblaron la ciudad. Fueron tan felices los principios de la nueva población que desde su mismo origen fue grande, populosa é ilustre sobre otras más antiguas…”.

Cada batalla, cada rey, cada esclavo, los sudores y la sangre de sus artesanos y sus guerreros han ido impregnando siglo a siglo el espíritu de una ciudad y unas gentes que no serían como son si su historia hubiera sucedido de otro modo.

Milagros de la luz

León es un pueblo abierto (a pesar de tópicos) a gentes y corrientes exteriores. Y es que no solo fue capital de un reino sino que ha sido y es ruta afortunada de peregrinos jacobeos, senda de exploradores, cueva de truhanes, plaza de nobles, amparo de extranjeros, reducto de pícaros y piel sensible y generosa dispuesta siempre a recibir las caricias de otras manos. Por eso ha sabido asimilar las influencias de pueblos diferentes. Por eso cuenta con una de las más bellas catedrales góticas donde la piedra aspira a Dios en la soberbia de sus pináculos y las agujas de sus torres, y hace milagros con la luz a través de las vidrieras. Pura y elegante, sobre jambas, arquivoltas y dinteles se encumbran apóstoles, reyes, nobles, evangelistas, vírgenes, ángeles y cristos que adquieren la serenidad de la piedra y conceden a cambio el espíritu de sus profundas tradiciones.

La catedral fue erigida sobre restos esenciales de su historia, ya que allí estuvieron antes las termas romanas y el palacio de Ordoño II que el propio rey donó para levantar un primer templo románico. El pórtico que mira a occidente protegiendo las puertas de San Francisco, la Virgen Blanca y San Juan conserva el tacto exquisito del mejor gótico y esos guiños de seducción que invitan a perderse en tanto abismo.

catedral de león, imagen nocturna

La catedral de León, en una imagen nocturna. Fotografía de Tomás Alvarez

En el tímpano de la puerta del centro, el Juicio Final se muestra generoso; y en una columna, la inscripción Locus appellationis nos recuerda el sitio donde los cuatro jueces del rey, de la Iglesia, de los nobles y del pueblo resolvían los casos de apelación. Y unos dos mil metros cuadrados de vidrios tallados con motivos vegetales, heráldicos y escenas de las Sagradas Escrituras le confieren una intensidad cambiante según la hora del día o la fuerza del sol para convertir sin esfuerzos el mundo en paraíso.

Panteón de Reyes

Por esa capacidad citada de asimilar los espíritus de otros pueblos y otras gentes, disfruta León, de igual manera, de la basílica de san Isidoro. Allí, la sobriedad de un románico soberbio coquetea en su exterior con elementos góticos y barrocos y nos ofrece en el Panteón de los Reyes un festival eterno de pinturas en que recreaciones bíblicas y florales alcanzan el carácter de gloriosas: “la Capilla Sixtina” del románico español decorada en el siglo XII por manos sabias.

Bajo poderosos capiteles y el color y la luz en que se funden escenas religiosas y populares descansan los cuerpos de 23 reyes, 12 infantes y 9 condes leoneses, o tal vez más. La torre del gallo se levanta a la mañana eterna de León y mientras la puerta del Perdón permanece casi siempre cerrada -salvo en años jacobeos- la del Cordero permanece siempre abierta.

 …Y san Marcos

En esta capital del antiguo Reino que no se distingue por el número de sus monumentos sino por la extraordinaria calidad de los mismos, el tercer pilar sobre el que descansa buena parte de su gloria, lo constituye San Marcos; monasterio, hospital de peregrinos, hostal: todo un símbolo, aunque también fue cárcel en la que estuvo preso Francisco de Quevedo.

Desde su deslumbrante fachada plateresca mira a la ciudad y mira al mundo. Al lado del Bernesga y el puente por el que continuaban los peregrinos su camino hacia Santiago se fue alargando desde 1514 ese derroche de ingenio y locura que es la fachada, protegida en un extremo por la iglesia y en el otro por un torreón fronterizo con las aguas del río.

En el centro, rompiendo el rectángulo pero no el equilibrio, se incrusta una portada barroca que se empina en la peineta con que corona su esplendor. Pedro de Larrea concibió los planos; luego Orozco, Villarreal, Suinaga, Juan de Badajoz y otros dejaron que su talento corriera libremente y se inmortalizase en cada arco, en cada filigrana, en cada vacío y en cada piedra.

Sacristía del templo de San Marcos de León

Bóveda de la sacristía de San Marcos, de León. Obra de Juan de Badajoz el Mozo. Imagen de Tomás Alvarez

Evocación de la piedra

La catedral, San Marcos, San Isidoro… Y tantas otras sangres que corren por sus venas, y tantas otras luces que aún brillan en sus ojos. En Palat de Rey, la iglesia más antigua de la ciudad, del siglo X, se han encontrado restos mozárabes y visigóticos de la primitiva construcción en las excavaciones de principios y finales del siglo XX. Y hay otras iglesias antiguas como la del Mercado, que se acerca de espaldas, silenciosa a la plaza del Grano empedrada entre humildes soportales y donde dos ríos/dos ángeles abrazan la ciudad/una columna; la de san Martín, la de santa Ana, la de santa Marina la Real; Tambien estñan los viejos torreones; palacios como el de los Condes de Luna; las murallas, y otros edificios señoriales.

Esos rincones, esas plazas, ruas y monumentos donde hoy piedras nuevas con semblante antiguo evocan el origen de su notoriedad: “Calle del Cid. Aquí vivió y tuvo una hija Rodrigo Díaz…” “Puerta Castillo. La única puerta que se conserva de la ciudad amurallada medieval…” “Convento de la Concepción… Portada gótica, iglesia del XVI y escudo de los Quiñones”, “Corral de Villapérez. Rincón de la aristocracia leonesa…” “Calle Matasiete. Leyenda leonesa del siglo XIV…”. En todos ellos late la historia de un reino, un orgullo y una ambición.

Primeras Cortes con el pueblo

Aquí se celebraron las primeras Cortes democráticas de la vieja Europa. Fue en 1188 cuando Alfonso IX convocó a concilio no sólo a obispos y nobles, sino también a los ciudadanos representantes del pueblo. Y años antes, en 1020, otro Alfonso, el V, convocó igualmente a los grandes de León, Galicia y Asturias a otra asamblea donde además de leyes generales para el gobierno de los reinos se promulgó el Fuero de León.

Este fuero sería el más importante de España durante la Edad Media y que recoge la necesaria legislación política y eclesiástica y numerosas ordenanzas, tan importantes como las “privilegio de asilo”, tan curiosas como las que dicen “que el vecino de León que poseyera una casa en solar ajeno, no teniendo caballo ni asno, debía contribuir cada año al dueño del solar, con el censo de 10 panes de trigo, media canatela de vino y un buen lomo…”

Ciudad abierta

Aires de ayer y caminos de esperanza, la ciudad se fue abriendo hacia al futuro. Aquella “isla deliciosa entre dos ríos” no solo desbordó el viejo campamento romano para incorporar en el siglo XIV “el burgo nuevo” y más tarde el recinto medieval, sino también las cuencas del Torío y el Bernesga para salir al exterior y mezclarse con el mundo. Se “ensanchaba la ciudad”. La Gran Vía, felizmente recuperada, comunicaba la plaza de santo Domingo con la de san Marcos; paseos tranquilos como el de la Ronda (Papalaguinda) y el de la Playa, bordeando el río; ámbitos que se llenaban al atardecer de ciudadanos amantes del reposo y la aventura, cultos y profundos en una pequeña capital de provincias que llegó a tener diez periódicos y once puertas como símbolo de su afán de conocimientos y comunicación.

A pesar de todo, o quizá por ello León es una ciudad contradictoria y rica que sigue buscando su destino. Una gran desconocida de la que fuera de sus fronteras sólo se sabe que tiene catedral y un invierno frío. O sea, nada. Por eso quienes la visitan se sorprenden al recorrer sus calles, visitar sus monumentos y conocer sus costumbres y a sus gentes individualistas y soñadoras.

Edificio de Antonio Gaudí en León

Antonio Gaudí también dejó la huella en la ciudad de León, en el edificio encargado por el industrial Botines. Imagen de Tomás Alvarez

Las fuentes de la poesía

Por eso aquí abundan los quijotes y los poetas. Quijotes individuales como Guzmán el bueno que se fue al sur para defender la plaza de Tarifa contra los moros ofreciendo incluso a su propio hijo en sacrificio, gesto que se reproduce en bronce lanzando el puñal a la fuente de la glorieta a que da nombre. Y también muchos quijotes colectivos.

Lo de los poetas ya es otra historia. Los poetas son el emblema de la ciudad. Como hay futbolistas en Brasil, pescadores en Galicia o leñadores en Vizcaya, hay poetas en León. Y es que aquí la poesía surge de las personas, vive en la calle; habita en la luz policromada y mágica que renace día tras días a través de las vidrieras de la Catedral, en las pinturas del Panteón Real de San Isidoro, en la fachada deslumbrante de San Marcos, en las bocas de los ancianos, en las risas de los niños que regalan migas de pan a las palomas en la plaza de San Marcelo, mientras a su alrededor turistas sorprendidos tratan de captar en una sola instantánea el Palacio de los Guzmanes; obra renacentista de Gil de Hontañón, y el “Botines” de Gaudí.

La poesía está en los ojos misteriosos de las gentes que cruzan a todas horas la avenida de Ordoño -arteria principal de la ciudad- como si en ellos llevaran la nostalgia y los recuerdos, cuando llevan únicamente el secreto de la vida; está en los arcos y las piedras de las plazas, así como en las nieves del invierno y en el aire cargado de los bares del Barrio Húmedo… Ahí, en esos rincones, en esas piedras y en esas gentes vive la poesía. Los poetas solo tienen que salir a la calle y dejarse invadir por ella. Lo demás es artificio.

Piedras e invierno

Es cierto que los poetas, dados a condensar -según dice Octavio Paz-, han contribuido a la imagen que quienes la desconocen tienen de León: un lugar de piedras y de invierno.

Por eso, como concesión inocente a todos ellos, quiero transcribir un  hermoso fragmento que Luis Mateo Díez dedicó al invierno en la libro Crónica Contemporánea de León; Es un texto tan real como falso, tan tópico como auténtico, además de metafórico, en definitiva, poesía como la propia ciudad: “nieva en la caricia helada de la piedra, en el arco románico de la Puerta del Perdón, en el friso gótico del Infierno y la Gloria, en los platerescos medallones de San Marcos, en el recuerdo de los maestros y de los canteros que bajo la nieve vieron erguirse los pórticos y los sillares, los testeros y las bóvedas, como si más allá de sus manos, de sus plomadas y cinceles, creciera la piedra desde sus raíces milagrosas...”

Quijotes y poetas

Al fin y al cabo, si León es un pueblo de quijotes y poetas; tal vez no pueda ser otra cosa que un lugar de piedras y de invierno donde el frío y la dureza convierten todo lo demás en accesorio, frágil y tan dependiente de ellos que si faltaran no podría sobrevivir.

Sánchez Albornoz dice de la ciudad que hace mil años “cuando fue la población más importante de la España cristiana, León vivía a ras de tierra; sin otro acicate que la sensualidad y sin otra inquietud espiritual que una honda y ardiente devoción. Mística y sensual, guerrera y campesina, la ciudad toda dividía sus horas entre el rezo y el agro, el amor y la guerra”.

Nosotros debemos limitarnos a aceptarla como es; dispuestos a soñar con ella, pero no para conocerla mejor sino para amarla por algunas de las cosas que hemos dicho aquí y por otras que aunque quisiéramos no sabríamos explicar. Los pueblos también tienen corazón y les gusta que los amemos que, al fin, quizá es lo único que de verdad les importa.