Nacido en un pueblecito del Bearne, Jean Bonnecaze fue un peregrino francés que en el siglo XVIII dejó escrito su viaje a Santiago de Compostela; un periplo marcado por la enfermedad y los padecimientos.
Por Tomás Alvarez
Sin ser uno de los grandes viajeros… Jean Bonnecaze figura en el listado de los peregrinos que han escrito un interesante viaje a Compostela; un relato teñido del color de la desventura. El peregrino forma parte de ese grupo de aventureros, al estilo de Guillaume Manier, que iniciaron una peregrinación grupal, con más juventud que experiencia, y más ilusión que religiosidad.
Desde su lugar de nacimiento, Pardies, una aldea cercana a Pau, en el Bearne, actual departamento francés de los Pirineos Atlánticos, el joven emprendió viaje hacia el Finisterre hispano, cargado de ilusión; con la esperanza de encontrar nuevos paisajes y un lugar donde estudiar. En el año 1748 –veintidós años después que lo hiciera Guillaume Manier- Jean Bonnecaze partió con otros tres conocidos suyos – Gomer, de Saint Abit; Pétrique, de Arros, y Pierre Laplace, del mismo Pardies- provisto de un reducido equipaje en el que había unas camisas y unos libros.
Los cuatro muchachos se reunieron en el bosque de Baliros, cerca de Pardies-Piétat, y partieron a medianoche del 1 de mayo de 1748. Tenía entonces Bonnecaze 22 años.
Poco itinerario y mucho padecimiento
En su relato de la peregrinación –escaso en datos- advierte que salió de casa sin documentación, ni dineros, rumbo a Roncesvalles. Antes, había advertido a sus padres de su interés por marchar hacia la Ciudad del Apóstol, y estudiar en España; estos lo trataron de loco y por ello se marchó sin darles aviso alguno.
El deseo de estudiar en España realmente parece cierto, no sólo por los libros que llevaba en el equipaje, sino por su interés en aprender español. Tanto era su interés que en Compostela cuando pidió la credencial de peregrino extranjero no se la quisieron dar por creerle un farsante. “Me había aplicado a hablar español en el camino; hablaba tan bien el castellano que el secretario de la catedral no me quiso dar la credencial como francés; (…) recurrí a mi confesor para que me la diera”, escribió.
El primer lugar del viaje que cita es Navarrenx, donde compró un sombrero, aunque para ello tuvo que vender su gorra. Pronto notaría los problemas de no tener dinero y confiar excesivamente en la caridad, pues sus zapatos se fueron estropeando y a partir de Pamplona tuvo que avanzar descalzo. Y así seguiría hasta la vuelta, hasta Logroño, donde una viuda generosa le compró nuevo calzado.
los problemas de la marcha
Los datos anteriores nos dan una referencia clara de que el relato de Bonnecaze no es una descripción del itinerario, ni del arte o las devociones, sino una sucesión de vivencias, entre las que abundan aspectos tales como la meteorología, la miseria y –sobre todo- los problemas de salud.
Ya en el camino a Roncesvalles describe otro problema que también aparece en el relato de Manier. El temor de los viajeros jóvenes a las partidas de soldados, frecuentemente atentos a enrolar en sus compañías a los peregrinos o incluso en el caso francés –si aprecian alguna relación con la delincuencia- a capturarlos para enviarlos forzosamente a las colonias. Así se afirma en el relato de Guillaume Manier, quien se vio obligado a hacer con sus compañeros alguna marcha nocturna para evitar que los soldados les llevaran “a Rochefort o a la Rochelle, para embarcarlos hacia las islas”.
En el caso de Bonnecaze, un peregrino que venía de Auch le advirtió en Ronvesvalles que unos soldados con los que acababa de contactar planeaban alistarle, por lo que este y sus tres compañeros siguieron sin descaso hacia Pamplona, con el camino nevado, en un momento en el que los soldados se pusieron a cenar.
La marcha resultó dura y pronto el joven bearnés empezó a tener hemorragias por la nariz y la boca. Días de nieve, hielo y lluvia; descansos a la intemperie… miseria, hambre y distanciamiento emocional con los compañeros, quienes temían verle morir, y que pronto le abandonaron.
El itinerario
El caso de Bonnecaze, como el de muchos viajeros atenazados por los problemas de todo tipo, maravilla la voluntad de resistencia. En su avance, añoraba el lecho de su casa natal, pero asumía el sacrificio de la marcha como una prueba que le presentaba la propia divinidad.
El relato apenas revela el itinerario. Todo da a entender que continuó a Compostela por el clásico Camino Francés, en tanto que sus compañeros desde León se dirigieron a Oviedo para llegar a Compostela. El afirma que los compañeros viajaron “a través de las montañas”. El caso es que Bonnecaze llegó un día antes y en buen estado general, en tanto que los colegas lo hicieron al día siguiente y en muy malas condiciones.
La vuelta la debió hacer por Asturias, dado que alude a un pequeño puerto marítimo. Fue un retorno en penosas condiciones. Avanzó impulsado por el deseo de llegar a León y quedarse allí a estudiar. Sin embargo, el panorama fue muy distinto al que esperaba. Es posible que Bonnecaze realizara la marcha en días de alguna pandemia, a juzgar por el patetismo de sus escritos.
La presencia de la muerte
En la capital leonesa el viajero fue al hospital de San Antonio donde permaneció un mes enfermo; allí sufrió tanto que pensó que se estaba muriendo. Escribió el peregrino: “Había una especie de epidemia en el hospital, donde morían diez o doce personas al día. El miedo aumentó mi dolor; el médico lo notó; me interrogó sobre mi país y (…) me dijo que el país no era adecuado para que yo me estableciera allí; (…) me aconsejó volver a Francia”.
Un día fue para él especialmente patético. “Lo que me indujo a salir del hospital – escribió- fue ver a otros tres compañeros muertos a mi lado (…) debía pasar la noche siguiente entre estas tres muertes y el terror se apoderó de mí”.
El joven bearnés se marchó, pese a los consejos del hospitalero. Este le dio un pan de tres libras, llenó su calabaza de vino y acabó permitiéndole la partida. Sin fuerzas, más de 50 veces tuvo que sentarse hasta llegar al pueblo siguiente, Puente Castro; a tan sólo algo más de dos kilómetros de distancia.
Afortunadamente el muchacho fue recuperando fuerzas, y la climatología también mejoró, con lo que evitó dormir a cubierto. “Dormía en los campos, en las gavillas de trigo, para evitar los piojos y las chinches que llevaba en abundancia antes de ingresar al hospital”, escribió el bearnés.
Ya en tierra pirenaica sintió “el aire de Francia” y le pareció que el dolor se alejaba. Tras pasar dos días con buenas atenciones en Roncesvalles, marchó a casa con una libra de pan. Pasó por Saint Jean Pied de Port y allí prometió “no volver a Santiago”.
Feliz de volver
“Me sentí feliz, al verme fuera de la miseria española; Crucé Navarra, hacia Navarrenx y Oloron, y al llegar a las fuentes de Buzy, me senté debajo de un árbol y me quité la ropa para limpiarla; Saqué los parásitos y piojos, para no llevar a mi padre estas reliquias”, escribió el viejero. Eran los días primeros de agosto de 1748.
Pese a sus temores, por el abandono anterior, los padres le recibieron con alegría, máxime al haber tenido noticias de que el muchacho había muerto. Fue un encuentro en el que abundaron las lágrimas de emoción y los besos, y en el que Bonnecaze, de rodillas, pidió “perdón por los ultrajes” y recibió la bendición de sus progenitores.
El peregrino seguiría más tarde la carrera religiosa, siendo ordenado sacerdote en 1760. Escribió una autobiografía en la que narra su viaje a Compostela: “Testament politique du sieur Jean Bonnecaze, de Pardies, prêtre chapelain aux forges d’Asson”.
Su autobiografía fue publicada en los Estudios Históricos y Religiosos de la Diócesis de Bayona, quinto año, 1896(1896 AUTOBIOGRAPHIE DE JEAN BONNECAZE de Pardies, curé d’Angos (1726-1804))
Qué emoción al leer este artículo.
Soy descendiente en Argentina de la familia Bonnecaze de Pardies.
El sacerdote Jean Bonnecaze era tío bisabuelo de mi tatarabuelo Augustin Bonnecaze que llegó al puerto de Buenos Aires en 1858 a bordo del navío Jeanne y se estableció en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires. Espíritus viajeros los de los Bonnecaze.
Me alegra que le haya gustado… El relato de Bonnecaze es entrañable por su lucha contra la adversidad, desde el inicio de su viaje. Tomás Alvarez
[…] o Albani permiten ver peregrinaciones de abundancia y de escasez; en escritos como los de Manier o Bonecazze, encontramos el hambre y la penuria; en el de Naia la opulencia de las mesas de los párrocos y los […]
[…] Cantábrica. Este fue el caso de peregrinos como Arnold von Harff, patricio de Colonia; Jean Bonnecaze o de Guillaume […]
[…] el viaje de Jean Pierre le Racq guarda ciertas semejanzas con el de Jean Bonecazze, otro bearnés que había hecho un itinerario similar en el año 1748. Ambos hicieron el camino muy […]