Fundado en el final del siglo X, por impulso del rey Bermudo II, el monasterio de Santa María de Carracedo es hoy un romántico vestigio del pasado, en el que se aúnan historia y ruina, esplendor y desventura, en un bello rincón del Bierzo.

Por Jose Pedro Pedreira

Ubicado en el corazón del Bierzo, a la vera del Camino de Santiago, entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo, se halla Carracedo. La primera vez que visité el lugar fue a finales de mayo o puede que ya a inicios de junio; en una jornada exultante de belleza. Aquel día escribí:

Carracedo es un largo pasillo de rosas vivas en primavera. A lo largo de sus calles que se muestran, se estiran y se prolongan por los barrios de San Juan y San Martín buscando el Camino de Santiago, para darse de bruces con Cacabelos; en una suerte de encuentro verde y natural como el sueño primero de sus fruta, las casas se embellecen o se esconden con parras, enredaderas, rosales y cerezos que plantados ante sus puertas y ventanas hacen difícil distinguir las hojas de las piedras.

En el horizonte, las “colonias” que a principios del siglo XX fueron a parar a las manos esforzadas de los campesinos más pobres del municipio, como consecuencia de la roturación de la Dehesa, que un día fue un bosque inmenso de robles, contribuyen a incrementar la disposición extraña y original de este pueblo que siente pasar el Cúa a sus espaldas igual que si fuera un reguero insignificante… Sin embargo, en contra de lo que pudiera parecer, el máximo orgullo del pueblo no son los frutales, la primavera ni las rosas, sino su Monasterio…”

Monasterio de Carracedo, León

Monasterio de Carracedo. Un Palacio Real, transformado en el siglo X en centro religioso, dedicado a Santa María. Imagen de José Holguera

El origen

Los reyes de León siempre mantuvieron una querencia especial por el Bierzo. Y si esto fue así se debe en gran medida a que por sus fértiles tierras transcurre el más famoso de los Caminos a la tumba del apóstol Santiago. Pero sobre todo porque gracias a las condiciones bonancibles de su clima, a sus bellos paisajes, a la magia que atesoran sus valles y montañas… ofrece a quien lo visita una suerte de milagro que te hace sentir en la gloria solo con recorrer sus campos, respirar su aire o contemplar cómo juega y se resiste el sol cuando decide esconderse al occidente.

Ya en la primera mitad del siglo X, el rey Ordoño III, hijo y sucesor del gran Ramiro II, se hizo con amplias propiedades a orillas del río Cúa para levantar en ellos una Quinta de Recreo que sirviera de lugar de holganza y descanso a los monarcas leoneses y sus familias; de manera especial durante sus frecuentes viajes a Galicia.

Cuando en el año 985 es Bermudo II quien accede al trono pretende convertir la Quinta creada por su padre en todo un Palacio Real, con el consiguiente panteón funerario destinado a la realeza entre las fértiles huertas y los bellos jardines que rodeaban el edificio. Pero los felices tiempos en que su abuelo Ramiro había infligido severa derrota al poderoso califa omeya Abd al-Rahman III en la batalla de Simancas y los períodos de relativa tranquilidad imperantes entre los reinos cristianos y musulmán durante el mandato del pacífico al-Hakam II, estaban llegando a su fin.

Almanzor

En Córdoba el poder había recaído en un niño de nombre Hixam, pero quien realmente ostentaba el poder era un personaje ambicioso y bravo guerrero, de nombre Abu Amir (el fiero Almanzor de las crónicas cristianas).

Convertido en verdadero caudillo de al-Andalus, Almanzor lanzaría sucesivas campañas de acoso contra el territorio del Reino de León y el condado de Castilla. Finalizando el siglo X ataca una vez más la capital del reino leonés, Astorga y otras plazas importantes, especialmente en el Bierzo, ya que su último destino era la tumba del apóstol, Santiago en Compostela.

En su avance hacia el norte llega sembrando la destrucción y el terror y parece ser que es entonces cuando Sampiro, que había ejercido importantes cargos en la corte del rey Bermudo, emprende la huida desde tierras de Zamora y reclama la ayuda desesperada del rey leonés. Este le ofrece como refugio su palacio de Carracedo, para que el bueno de Sampiro se instale con sus monjes, otorgándoles permiso para que conviertan lo que aspiraba a Palacio Real en monasterio.

No iba a verse, sin embargo, el lugar sagrado libre de las iras del fiero caudillo andalusí. Tras una feroz razia en Cacabelos, Abu Amir, dirige sus tropas al solemne edificio que puede ver con solo elevar los ojos al cercano horizonte a su izquierda. Ataca la abadía y aunque esta disfruta de firmes muros y hombres dispuestos a defenderla, le causará serios destrozos y la práctica ruina del Panteón Real, por lo que cuando Bermudo II encuentra la muerte en el año 999 de nuestra era, no puede ser enterrado allí, como había expresado que era su deseo.

la huella de la leyenda y la belleza se siente en el monasterio de Carracedo

Los restos del monasterio de Carracedo conservan espacios, como este, en los que se siente la huella de su gloria medieval. Imagen de José Holguera

Bernardo de Claraval

Siguieron años de desolación y penuria y habrá que esperar al siglo XII para que el Monasterio recupere el antiguo esplendor que perseguía. La infanta Sancha, hija primogénita de la reina Urraca I de León, en un viaje a Roma conoce en territorio francés a Bernardo de Claraval. Es tan positiva la imagen que le transmite el monje que la infanta leonesa le habla de la privilegiada situación del Monasterio de Carracedo, situado en un bello paraje, rodeado de fértiles tierras y con aguas en abundancia, lo que gusta sobremanera al cisterciense, por lo que cuando la infanta le propone que se traslada a él y se encargue de su reforma, accede encantado.

Situado a menos de una legua del Camino de Santiago a su paso por Cacabelos, vivirá a partir de entonces sus años de máximo esplendor. Así como al monasterio de Vega de Espinareda se le llamaba el de “los sabios” y al de San Pedro de Montes el de “los santos”, a este se le denomina “el político” debido al enorme poder tanto religioso, político como económico que alcanzaría, con jurisdicción no solo sobre los demás monasterios del Bierzo sino también sobre otros situados en Galicia, Asturias y León. Contaba entre sus dependencias, además de las destinas a la contemplación y los rezos, con hospedería y hospital en que prestar atención a los peregrinos que la demandasen, pero también con cárcel y la acogedora “habitación de trueques” donde los monjes serenaban lo más lúdico de su espíritu al ritmo cadencioso de los dados. El propio Gil y Carrasco dejó por escrito la sorpresa y viva impresión que le causó la majestuosidad de la mesa principal de juego de esta sala.

Pero toda esa riqueza de muchos añosa la que nos referimos comenzará a resquebrajarse a lo largo del siglo XIX. Primero las tropas francesas en la conocida como Guerra de la Independencia atacarán con saña la abadía imitando las antiguas razias de Almanzor, prendiendo fuego a su archivo y destrozando dependencias y obras de arte. Más tarde la desamortización acabaría llevando aquellas posesiones en “manos muertas” a“manos demasiado vivas”, provocando el final de una época, la agonía del monasterio y la decadencia del pueblo que lo acoge.

…Y la decadencia

Las mejores propiedades habían pasado a marqueses, condes o señores desaprensivos. Eran tiempos de contradicción e incertidumbres. Mientras hombres y mujeres se afanaban por vivir, las estatuas y las piedras del que había sido corazón del pueblo de Carracedo se iban desmoronando ante la indiferencia o intereses miserables. Imágenes valiosas que sobrevivieron a la destrucción buscaron la gratitud de los museos y los vecinos sin medios recogían en carros las piedras caídas para construir sus propias viviendas. Me contaba en los años ochenta del siglo pasado, don Tirso Graciano, su párroco de entonces, cómo él mismo había ido recuperando en los últimos años toneladas de esas piedras “robadas” al monasterio y que a su vez formaban parte de la ruina de casas que para esa época ya estaban a su vez abandonadas y en el suelo.

En 1929 fue declarado el Monasterio de Carracedo Monumento Histórico-Artístico, pero no se emprendió hasta los años sesenta del siglo XX la primera restauración, que sería continuada por una posterior y polémica iniciada en 1988 bajo la dirección de los arquitectos Salvador Pérez y Susana Mora, de quienes se comentaba por el pueblo sus públicas diferencias y la poca sintonía que mostraban para un trabajo en equipo. El resultado fue una obra controvertida y millonaria, más presa de la megalomanía que de otras razones más acordes con el edificio y su historia, para la que no solo no se aprovecharon las piedras primitivas amontonadas al pie del edificio en ruinas, sino que la pizarra se trajo de Italia y Portugal y las maderas de Francia. Todo un despliegue de medios prepotente y costoso para un resultado estético discutible y un destino entonces incierto.

Monasterio de Santa María de Carracedo. Campos se soledad y ruinas

Monasterio de Santa María de Carracedo. Campos se soledad y ruinas, que atesoran una mínima parte del arte, la historia y la grandeza que un día tuvo este enclave, en el corazón del Reino de León. Imagen de José Holguera.

El 4 de julio de 1991 inauguraba tan magna obra la reina Sofía con todo el boato que quizás requería la ocasión. En agosto de 1993 se celebraron actos en honor de Santa María la Real, cuya imagen rehabilitada se entronizaba en el altar mayor del templo siendo proclamada con toda solemnidad Patrona de las Viñas y Vinos del Bierzo.

A la puerta de la iglesia, sobre una lápida vertical descubre aún hoy una muestra más de su orgullo el Monasterio al decirnos “el 29 de Agosto de 1810 con la mayor parte de la provincia de León ocupada por las tropas napoleónicas, se eligieron en este monasterio de Carracedo los primeros representantes democráticos de los leoneses a las Cortes de Cádiz…”.

Y tras años de incertidumbre y un cierto abandono o desidia, hoy el Monasterio de Carracedo es, al menos, una invitación a turistas y peregrinos para que se acerquen a ese lugar tocado por la magia de su origen y su emplazamiento, donde podrá conocerse parte de su historia y la cultura que nos transmite, para luego soñar antiguas grandezas en el que se considera Palacio Real o desde el Mirador de la Reina disfrutar de otro de los hermosos paisajes que solo pueden apreciarse en tierras bercianas.