San Pedro de Montes, Ponferrada

El valle del rio Oza, la Valdueza, en el municipio de Ponferrada, guarda maravillas de arte, paisaje e historia de la religión hispana. En la imagen, iglesia de San Pedro de Montes. Fotografía de Tomás Alvarez.

Por Tomás Alvarez

Hermann Künig, autor de la primera guía jacobea moderna, aportó importantes novedades para conocer la senda peregrina en los días del Renacimiento, una de ellas se refiere concretamente a Ponferrada.

Tal como explica la Guía del monje alemán, hay dos vías que conducen desde León hacia Ponferrada: la de Astorga y la de Santa Marina.

La de Astorga y Rabanal cruza tres puentes (Bernesga, Órbigo y Tuerto) y un paso montañoso (Foncebadón). La otra vía, que va la derecha de la anterior, avanza por el camino de Santa Marina del Rey, hacia Brañuelas/Cerezal de Tremor, el único paso de los Montes de León que no exige subir montañas, al que se refiere el viajero alemán.

Künig advierte al viajero que avanza desde León que encontrará, un gran crucero donde se bifurca el camino. La senda de la izquierda avanzará hacia Astorga y la de la derecha (el camino de Santa Marina) le conducirá a un paso en el que no necesita subir montañas.

Las vías jacobeas entre León y Ponferrada.

El hito, en el alfoz de León, sigue existiendo, aunque está semiabandonado. Ante él, el Camino se dividía, para continuar –la senda de la izquierda- por la antigua vía romana, por Fresno, Chozas, Villar de Mazarife, la Milla, Villavante, Hospital de Órbigo y Astorga, para seguir hacia Rabanal, Foncebadón y Ponferrada.

La vía de la derecha continuaría por San Miguel del Camino hacia Santa Marina del Rey; cruzaría el puente de Santa Marina a Benavides para alcanzar la Cepeda, dejando Astorga –dice Künig- a tres leguas a su izquierda, y alcanzando el paso sin montañas por el entorno de Brañuelas y Cerezal, dejando todas las montañas a la izquierda.

La distancia de tres leguas -algo más de 12 Km. según la “legua legal castellana” de entonces- implica que el viajero cruzaría el valle del Tuerto hacia la altura de Villamejil (por Cogorderos, Villamejil o Castrillos) pudiendo avanzar hacia Cerezal, bien por los valles del Porcos o del Tuerto, o por la llanura aluvial intermedia (por las antiguas ventas de Adrián y Juanón). Desde Cerezal continuaría por el valle del Boeza hacia Bembibre y Ponferrada.

Ruinas en Cerezal de Tremor

Cerezal de Tremor es un punto básico en el camino de Hermann Künig, por allí se cruzan los Montes de León por la cota más baja. Imagen de Beatriz Álvarez

El paso más fácil de los Montes de León

El camino de Santa Marina y Cerezal –muy utilizado en el pasado- permite cruzar los Montes de León por una cota ligeramente superior a los 1100 metros, en lugar de los más de 1500 de Foncebadón.

Desde la vega del Tuerto, en el entorno de Astorga, al puerto de Foncebadón hay una pendiente continua para pasar desde los 840 metros sobre el nivel del mar a 1510 (+ 670 metros). Si el camino se hace por la ruta descrita por Künig, desde el valle del Tuerto hasta el inicio de la bajada al valle del Tremor se sube desde 900 metros hasta algo más de los 1100, aproximadamente. Esto da una subida ligeramente superior a los 200 metros, por medio de una senda con pequeños pueblos por la que el viajero puede avanzar con toda seguridad, tal como escribió el monje.

La vitalidad de este camino jacobeo a través de la Cepeda, recomendado por Künig la podemos comprobar en numerosos documentos históricos, entre ellos un memorial del Concejo de Benavides que, en 1544, pide ayuda a Carlos I, para restaurar el puente sobre el Órbigo, por el que van los peregrinos hacia Santiago de Compostela.

Aún en el Catastro de del Marqués de la Ensenada se registran dos instituciones hospitalarias en Santa Marina del Rey y una en Benavides de Órbigo. Esta última –dice el Catastro- coordina sus tareas con las de Santa Marina.

Del paso de Cerezal de Tremor nos documenta también la historiadora Gregoria Cavero, en su obra Peregrinos e Indigentes en El Bierzo medieval.

Cerezal de Tremor,  un punto clave.

Cerezal de Tremor fue un punto clave por la atención hospitalaria desde la Edad Media. Allí hubo una vigorosa cofradía dedicada a la hospitalidad y un convento franciscano.

De 1771 es un interesante texto de Fray José Alonso, monje de Cerezal, recopilador de la documentación del convento, quien dejó constancia de que por aquel centro seguían pasando peregrinos del “Camino Francés” a los que los frailes acogen y dan de comer de lo que tienen.

Otro historiador que se refiere a este paso de Cerezal es Manuel Olano Pastor, en su trabajo Caminos Históricos del Bierzo Alto. Esta ruta también se aprecia en la obra cartográfica de Tomás López de Vargas Machuca, del final del siglo XVIII.

Tenemos también datos históricos de la atención a los peregrinos en otros puntos como Albares, Bembibre y San Román de Bembibre.

En la actualidad, las rutas del trayecto de Künig están en buen estado, salvo la bajada de Cerezal que es de tierra y no es recomendable para automóviles, excepto vehículos todoterreno.

En todo el trayecto hay numerosos puntos de asistencia para los viajeros. Bares y restaurantes en muchas poblaciones, al igual que casas rurales hoteles y pensiones, así como campings en Santa Marina, Villamejil, Bembibre y Ponferrada.

Ponferrada, donde la variante de Künig retorna al itinerario calixtino del Camino Francés. Imagen de Guiarte.com

Ponferrada, peregrina.

Precisamente, el auge medieval de Ponferrada se basó en la construcción de su puente sobre el rio Sil, en el final del siglo XI, para apoyar el peregrinaje. La obra fue ordenada por el Osmundo, obispo de Astorga; también la apoyó Alfonso VI, un monarca muy “compostelano”, impulsor de caminos y puentes desde Logroño a Santiago, y de la propia catedral de Santiago.

La ciudad tiene numerosas referencias en la literatura odepórica. Frente a Künig, que habla de un paso fácil y seguro por tierras de gente amable que le atienden con pan y vino, otros viajeros describieron numerosas incidencias para llegar hasta esta capita berciana.

El libro del viaje de Domenico Laffi (siglo XVII) califica a Ponferrada de “ciudad hermosa y rica, de muchos conventos y elegantes edificios”. Sin embargo dejó escrito un itinerario que confundió a los lectores.

Giacomo Antonio Naia (siglo XVIII), que siguió las instrucciones de Laffi acabó llegando a las afueras de La Bañeza (Palacios de la Valduerna) en tiempo invernal, y Nicola Albani (en el mismo siglo) anduvo muchas millas perdido por los Montes de León, hasta que le encontró un vendimiador de castañas, que le llevó a la ciudad.

Ciudad hospitalaria.

También abunda la literatura jacobea en manifestar la caridad y calidad gastronómica de Ponferrada y su entorno.

La ciudad, con algo más de 60.000 habitantes, es industriosa y comercial, se halla ubicada en la confluencia de los ríos Sil y Boeza. Aparte de su núcleo histórico, en el amplio municipio hay lugares especialmente dignos de ser visitados, aunque relativamente apartados.

La población tomó importancia en la Edad Media, apoyada por el episcopado y los reyes leoneses. En la urbe se ubicó la Orden del Temple en el siglo XII, ocupando un bello castillo que aún pervive en buena parte, edificado sobre el solar de un antiguo castro. El propio Künig alude en su texto al castillo señorial de Ponferrada.

Patrimonio artístico.

Cerca del castillo se halla la basílica de la Virgen de la Encina, patrona del Bierzo. La basílica es un edificio poderoso, del siglo XVI, con una altiva torre del XVII.

En las afueras de la ciudad está la iglesia de Santo Tomas de las Ollas, obra mozárabe del siglo X, con una delicada cabecera.

Pertenecientes al municipio de Ponferrada, aunque más alejadas, están otras joyas del pasado. Se ubican en el territorio de la Valdueza, mundo ligado a la religiosidad medieval y unido a la vida de santos como Frustuoso, Valerio y Genadio.

Las tierras de Valdueza.

El monasterio de San Pedro de Montes (a 19 Km. del centro) fundado en el siglo VII por san Fructuoso, conserva elementos de interés y se halla en un paraje excepcional. El pueblo, Montes de Valdueza, es también de gran interés por su arquitectura tradicional.

Montes de Valdueza, Ponferrada

El caserío de Montes de Valdueza desde la torre de la iglesia de San Pedro de Montes. Fotografía de Tomás Alvarez

Una joya excepcional es la iglesia de Santiago de Peñalba (a 23 Km. del centro), del siglo X, enclavada en una zona de gran interés por su historia eremítica. El pueblo tiene también un acusado encanto, y ocupa un espacio cuajado de hermosura ¡Una pena que muchos de los viajeros que llegan hasta Ponferrada no puedan dedicar un día a estos espacios!

Construida en tiempo de Ramiro II, la iglesia de Santiago de Peñalba posee ábsides contrapuestos. Llaman la atención especialmente sus bellos arcos de herradura y una de sus cúpulas, gallonada.

Un valle mágico.

El valle de rio Oza -la Valdueza- es de una especial belleza. Tal vez quien mejor la ha descrito fue san Valerio, monje anacoreta, discípulo de san Fructuoso que habitó estos pagos en el siglo VII.  Su descripción, cargada de lirismo, dice así:

Es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral…

¡Qué delicia contemplar desde aquí los vallados de olivos, tejos, laureles, pinos, cipreses y los frescos tamarindos, árboles todos de hojas perennes y perpetuo verdor!

Portada iglesia de Santiago de Peñalba

La magnífica puerta sur de la iglesia de Santiago de Peñalba, es un anticipo del interés y belleza del interior del templo. Imagen de Tomás Alvarez

A este inmarcesible bosque le llamamos Dafne por sus emparrados rústicos de cambroneras que brotan espontáneas y trepan por los troncos y forman amenísimos y compactos toldos, y refrescan y protegen nuestros miembros de los rigores del estío y nos proporcionan mayor frescor que los antros de las rocas o la sombra de las peñas; mientras que el oído se regala con el muelle del cantar del arroyo que a la vera corre, y la nariz se embriaga con el perfume de las rosas, los lirios y toda clase de plantas aromáticas.

La bella y acariciadora amenidad del bosque calma los nervios y el amor auténtico, puro y sin fingimientos, inunda el alma