bajada a Cerezal de Tremor

El paisaje del entorno de Cerezal de Tremor es magnífico. Camino de bajada de Brañuelas a Cerezal. Imagen de Guiarte.com

En el final del siglo XV, Hermann Künig von Vach cruzó los Montes de León por un paso en el que no necesitó subir montaña alguna. Ese paso existe, es el de Cerezal de Tremor.

El monje alemán, autor de la primera guía moderna del Camino de Santiago, avanzó hacia el centro del valle del Órbigo, por el camino de Santa Marina; dejó Astorga a tres leguas al sur, y alcanzó el paso sin montañas: el que une el entorno de Brañuelas con Cerezal. Luego, continuó a Ponferrada.

Esta es la descripción del ahora despoblado de Cerezal; publicada por Tomás Alvarez en la web de guiarte.com:

Cerezal de Tremor

Por Tomás Alvarez

Unas pocas casas deshabitadas, calles en las que avanza la maleza; una pequeña ermita por cuyo tejado de pizarra se filtran las aguas; y una torre ruinosa cubierta de hiedra al lado de la rápida corriente del Tremor. Esto es Cerezal.

Ruinas en Cerezal de Tremor

Cerezal de Tremor, un punto básico en el camino de Hermann Künig, por los Montes de León. restos del convento franciscano. Imagen de Beatriz Álvarez

Pero Cerezal es para el amante de la historia mucho más. Es el punto por el que entraba al Bierzo el flujo de peregrinos que llegaban a través de comarca de La Cepeda, dando un pequeño rodeo, apenas unos kilómetros, pero evitando las fragosidades de los Montes de León.

Porque por aquí -en el punto más bajo de los Montes- pasó la cultura, la religión, las guerras y las repoblaciones. En tiempos del rey Ordoño I, cuando se repobló Astorga, por aquí entró el Conde Gatón con sus gentes. Es más, muy cerca fundó un lugar que aún lleva su nombre: Villagatón.

Un lugar de acogida al peregrino

Hay diversas documentaciones relativas al hospital que se asentó en Cerezal, para atender a los peregrinos en la Edad Media; porque por aquí afluían con frecuencia, según los textos, los viajeros provenientes de La Cepeda y otras tierras. El propio libro del monje alemán Hermann Kunig recomendó el acceso a Bonforat (Ponferrada) por el Camino de Sancte Maurin (Santa Marina del Rey), que continuaba por Benavides, Antoñán del Valle y los valles del Tuerto o el Porcos, para confluir en Brañuelas y bajar hacia Cerezal.

En los textos de Santa María Magdalena de Cerezal, centro de atención a los peregrinos, se registraron desde la Edad Media las donaciones de  gentes cepedanas para mantener el tránsito y la atención a los viajeros santiagueños.

Siempre fue pequeño Cerezal; aunque importante en su labor caritativa. En 1753, cuando se hizo el catastro del Marqués de la Ensenada, en el lugar había tan sólo 9 vecinos… Pero el convento si tenía importancia aún: veinte religiosos, de ellos 17 sacerdotes, y un lego encargado del órgano del centro religioso.

Dieciocho años más tarde –en 1771- un clérigo, fray José Alonso certificaba el paso por el convento de los peregrinos que seguían el Camino Francés, y a quienes los frailes “acogen y dan de comer de lo que tienen”.

Soledad, en un magnífico paisaje

Tras la desamortización -siglo XIX- llegó la ruina a este apartado centro; luego, en el siglo XX, alguna nueva construcción amparado en el fulgor efímero de una minería del carbón, que ahora ya es historia del pasado.

La ruinosa ermita de Santa María Magdalena

La ruinosa ermita de Santa María Magdalena, previsiblemente de la institución hospitalaria medieval en Cerezal de Tremor. Imagen de Guiarte.com

Junto al río, en medio de los bosques y cubiertos de yedras, perviven los gruesos muros del convento vinculado a la Tercera Orden Franciscana. Hay quien dice que el santo de Asís peregrinó a Santiago, y después de pasar por Astorga subió por los valles de La Cepeda para llegar a Cerezal, donde fundaría el convento, antes de continuar hacia Compostela.

He bajado por el camino desde el entorno de Brañuelas a Cerezal, y me he encontrado la soledad vestida de verdor y engalanada con el amarillo de las retamas. Y al llegar al fondo del valle escuché el canto de las aguas y los ruiseñores.

A la entrada del pueblo, una casa alargada -tal vez una vieja escuela u oficina- estaba con las puertas abiertas, una mesa en el centro, una caja de botellas de vino -aún con vino- y un estante, al lado de un rustico fregadero, donde aún hay algo de sal, unas hojas de laurel y detergente. Nadie habita ya el lugar, pero estaba en él el don de la hospitalidad.

Tomás Alvarez

Artículo de Jose María García Alvarez sobre este paso de peregrinos, en la Revista de Diario de León