Continuamos con la serie de Tomás Alvarez, sobre la historia y la sociedad que peregrinó por las rutas europeas hacia Santiago de Compostela, desde la Edad Media a la actualidad. Hoy (Peregrinaciones y peregrinos 2) la segunda entrega, titulada: Cuerdos, iluminados, idealistas y superhombres.

II.- Cuerdos, iluminados, idealistas y superhombres.

Por Tomás Alvarez

Cuando estudiamos la historia del ser humano descubrimos la tenacidad de este en la búsqueda de nuevos espacios propicios para su propio desarrollo social y económico.

Es una creencia general, basada en los testimonios de incontables yacimientos arqueológicos, que la expansión geográfica del hombre avanzó desde los territorios africanos en dirección a los confines de Eurasia hace casi dos millones de años; una expansión que ha continuado por otros continentes como el americano y Oceanía.

Por azar o siguiendo las rutas descritas por aventureros precedentes; buscando riquezas, nuevos espacios para la caza o simplemente huyendo ante sus enemigos, el ser humano emprendió desde sus primeros tiempos su recorrido por la Tierra, ampliando progresivamente el horizonte de su existencia.

El conocimiento y la sacralidad

Pero además de las razones citadas, también ha habido otras motivaciones importantes para la marcha; entre ellas, la búsqueda del conocimiento y de la sacralidad.

Aplastado por el peso de sus temores y su impotencia ante un mundo del que ignoraba la lógica de los acontecimientos, el ser humano recurrió al pensar mágico y a la creencia en espíritus y dioses como elementos explicativos del acontecer. Y además, desde un principio buscó el sistema para interpretar los designios de esos seres a los que atribuyó el control de los hilos de su existencia, para congraciarse con ellos y ser favorecido en sus designios.

Camino Frances nevado, tras cruzar Foncebadón.

El Camino Francés cubierto de nieve, a su paso por el entorno de Foncebadón,León. Imagen guiarte.com.

El peregrinaje está directamente relacionado con esa búsqueda propiciatoria. Millones de personas recorren cada año los caminos de la Tierra para acudir a los lugares donde el hombre busca el contacto con la divinidad o los seres y espíritus cercanos a lo sagrado. Lo veremos con más atención adelante

Cuerdos, iluminados, idealistas y superhombres

Este trabajo tiene en sus contenidos una referencia a las peregrinaciones, en general, pero se centrará básicamente en un flujo concreto: el que conduce a Santiago de Compostela.

El peregrinaje jacobeo tiene una historia milenaria. Nació en la Edad Media profunda, para decaer con el Renacimiento, la Reforma protestante y la burocratización de los grandes estados nacionales. En pleno siglo XX y en un mundo globalizado, ha resurgido. Pero no ha sido por la ideología, ni por el auge de los movimientos religiosos, ni por los incentivos del mercado, sino por el creciente interés de la sociedad por el ocio y los viajes y el impulso de un montón de idealistas y soñadores.

A primera vista, parece un milagro que el atractivo de un centro religioso en el que se veneran las supuestas reliquias de un apóstol esté aumentando de nuevo con un vigor inusitado, en un tiempo de creciente secularización; pero todo tiene su explicación.

La sinergia de una pléyade de personajes dispares.

Tal vez la primera explicación radica en la existencia de una serie de personajes –distintos e independientes unos de otros– que, sobre la base de un flujo viajero de tiempos pasados, han trabajado a la par por recuperar esa marea humana, generando una sinergia poderosa, en un momento en el que la sociedad estaba asumiendo unas nuevas pautas en materia de ocio y movilidad.

Unos han actuado desde la política o las instituciones, otros se encargaron de atender a los viajeros en humildes albergues y en mesones. Y ese milagro de la voluntad y la solidaridad sigue vivo. Siguen activos, en esa línea, desde personajes excéntricos a gentes solidarias que se acercan hasta la vera del Camino para atender a los caminantes y hasta para cuidar los pies doloridos del viajero.

Cuando empecé a escribir sobre la peregrinación a Santiago, uno de los primeros individuos que visité fue Tomás Martínez de Paz, quien dirigía un establecimiento de ayuda al viajero en Manjarín, un despoblado ruinoso; en un rincón ventoso del paisaje magnífico de los Montes de León.

Una estampa “tibetana” en las montañas de León

El albergue de Tomás ocupa un recodo de la ruta solitaria, a casi 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar. La primera vez que lo ví, me pareció una creación de arte povera, con sus materiales humildes, sus piedras mal alineadas, sus banderas deshilachadas al viento, sus rótulos de deficiente factura…

La soledad, el paisaje, el edificio de escasa altura aferrado a un terreno pizarroso, las banderas… todo me recordó alguna estampa tibetana.

Tomás es un tipo muy particular, controvertido y sumamente conocido en medios jacobeos. Nacido en Murias de Rechivaldo, cerca de Astorga, dejó a un lado su vida de dependiente de comercio en Madrid y se lanzó al Camino. Una noche en que pernoctaba en el interior del castillo de Ponferrada, él y un amigo que le acompañaba quedaron absortos escuchando unas músicas gregorianas que –afirma– parecían surgir en el propio recinto templario. Tomas dedujo que aquella era una llamada que le impelía a atender a los viajeros que, como él, avanzaban a Compostela.

Intrigado por la “música celestial”, este caminante estuvo durante algún tiempo atendiendo a los peregrinos en el refugio de Villafranca y allí se percató de una queja general: todo el mundo hablaba de la aspereza del paso de Foncebadón y de la falta de cobijo en un tramo especialmente duro, entre Rabanal y los aledaños de Ponferrada.

En el desierto del puerto de Foncebadón

La ruta en el entorno del puerto de Foncebadón es tan solitaria y bella como dura. En los tiempos más difíciles reinan en ella los lobos, la soledad y el frío. Durante los temporales de nieve pueden sucederse varios días en los que resulta imposible el avance. Hasta hace un par de décadas la soledad era total, con trechos de muchos kilómetros sin apenas una mísera taberna, ni un hogar donde calentar las manos ateridas. Preocupado por esa soledad, en 1993 Tomás Martínez acudió a Manjarín un día del mes de junio. Allí, en teoría, había un refugio. Era un reducido habitáculo que encontró con la puerta abierta y ocupado por una vaca. Con alguna ayuda, adecentó el espacio y empezó a hacer caldo y café para los viajeros que cruzaban las soledades.

Cuerdos, iluminados, idealistas y superhombres, en el Camino. Tomás Martínez de Paz dirige una ceremonia en honor a la Virgen María, en elalbergue de Manjarín, León.

Cuerdos, iluminados, idealistas y superhombres, en el Camino. Tomás Martínez de Paz dirige una ceremonia en honor a la Virgen María, en su albergue de Manjarín, en el verano de 2010. Imagen de Tomás Alvarez

Cuando hace ya más de un par de décadas escribí el libro El Camino de Santiago para paganos y escépticos entrevisté a este eremita, barbado y fortachón, en su refugio ubicado en medio del paisaje de brezales en flor. Me encontré entonces con un curioso “templario”, panteísta, generoso y luchador a contracorriente. Desde el primer momento, comprendí que el entrevistado formaba parte de la “compleja monumentalidad humana” de ese camino de peregrinación que estaba recuperando el pulso.

Siempre solía estar acompañado por otros personajes curiosos que le ayudaban a compartir trabajos, soledades, un duro suelo que es lecho común, y un recodo en el que cultivaban las berzas y patatas. Cuando  le conocí, la comuna también poseía algún ave de corral que paseaba por los brezales en busca de semillas u orugas; aves que en ocasiones vendía en el mercado de Astorga para lograr unos dineros con los que adquirir provisiones destinadas a acorrer a los transeúntes. Nunca cobró nada a los que recibían su caridad, aunque el “bote” para los donativos siempre estaba visible.

Un «templario» heterodoxo

Alguna vez volví a visitar a este eremita. En una de las últimas ocasiones le encontré en una celebración, vestido de caballero templario, procesionando en compañía de otros “voluntarios” de la Orden. Una mujer de aspecto centroeuropeo, con tan poca carne que parecía salida del pupilaje del licenciado Cabra, precedía a la comitiva portando un estandarte. La celebración tenía un sentido mariano y Tomás la engrandeció con una homilía escatológica. No faltó en ella la alusión a la crisis del mundo, la conversión de Rusia, el cambio climático y los cataclismos nucleares.

Tomás es un tipo heterodoxo fruto del Camino. En realidad, el resurgimiento del peregrinaje a Santiago en el siglo XX no se asentó en la expansión de la religión ni de la fe, sino en la visión del “negocio turístico y santiagueño” del ministro Manuel Fraga y la generosidad de unos individuos voluntariosos -ora románticos, ora idealistas, ora “iluminados”- que trazaron vías, atendieron albergues y practicaron la caridad con el viajero; un viajero que, las más de las veces, porta un espíritu de búsqueda y aventura; un viajero especial que prefiere las soledades de la Meseta o de los Montes de León y los Pirineos al bullicio de las playas mediterráneas; que elige la dureza de la marcha y el dolor de las rozaduras antes que la comodidad de la hamaca y la sombrilla.

Hay numerosos ejemplos de gentes que dejaron su vida cómoda para instalarse de hospitaleros en el Camino y ayudar al viajero. Así lo hizo Tomas; y así lo haría también Resti, otro personaje barbado que abandonó sus actividades como publicista para asistir al peregrino. Lo conocí en Castrojeriz, donde regentaba con vigor espartano un establecimiento austero en el que no admitía a turistas ni jolgorios, y donde despertaba a los peregrinos con música gregoriana y café caliente.

Resti, Valiña, Pablo, Alonso Marroquín…

También hubo gentes del ámbito de la restauración, muchos de los cuales a su visión del negocio incorporaron un toque de altruismo y generosidad, como Pablo, el mesonero de Villalcázar de Sirga, quien siempre estaba dispuesto a atender gratuitamente al caminante que llegaba con más hambre que caudales.

Palloza en El Cebrero, O Cebreiro; lugar íntimamente ligado a Elías Valiña, párroco del lugar y gran impulsor de la peregrinación.

Palloza en El Cebrero, O Cebreiro, Lugo, en un día veraniego… y con niebla. Este lugar está íntimamente ligado a Elías Valiña, quien fue párroco del lugar y gran impulsor de la peregrinación. Imagen de José Holguera.

También había gente muy especial en el clero, como el cura Elías Valiña (1929 – 1989), párroco  de la aldea del Cebreiro, doctor en Derecho y estudioso del Camino, quien promovió la restauración del lugar, recuperó sendas y señalizó el Camino Francés desde Francia. Para esto, en 1984, se hizo con unos botes de pintura amarilla de la señalización de carreteras y marchó a los Pirineos con su Citroën dos caballos. Vino desde Saint Jean Pied de Port, en el lado francés de la cordillera, marcando flechas a lo largo de toda la ruta. Hoy aquellas flechas son un símbolo, un icono de valor incalculable.

Licenciado en Derecho Canónico, Elías Valiña también escribió varios textos relativos al Camino e impulsó asociaciones santiagueñas. Un ejemplo de voluntarismo, en la tarea de recuperación y canalización del flujo de la peregrinación.

Otros párrocos, como José María Alonso Marroquín, cobraron fama por su humilde –pero muy caritativo- recibimiento al peregrino que cruzaba los Montes de Oca, al que ofertaba sopas de ajo y albergue en el antiguo monasterio de San Juan de Ortega.

El vigor del Camino no habría resurgido sin personajes esforzados

Sin una pléyade de personajes “entregados” voluntariamente al Camino, como los citados y otros muchos, el peregrinaje a Compostela nunca hubiera alcanzado el vigor ni la fama que ahora posee.

La hospitalidad ha sido una esencia de nuestra cultura clásica. La Odisea es el gran canto de la hospitalidad; en la religión helénica el máximo representante, Zeus, era conocido como el proyector del viajero, el  hospitalario; y en el cristianismo la acogida al transeúnte fue predicada por el mismo Jesús.

…Pero el giro economicista de nuestra sociedad ha hecho que la virtud de la hospitalidad que aún vimos los mayores, cuando nuestros padres acogían en el hogar a los transeúntes, haya entrado en crisis. Hoy, muy pocas gentes darían cena y lecho a un viajero desconocido, como hicieron nuestros ancestros.

El renacimiento del Camino de Santiago se ha apoyado en la actitud de acogida al caminante. El resurgimiento del Camino, ha sido el último gran milagro de la hospitalidad.

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