Santiago de Compostela es uno de los lugares de peregrinación más famosos de la cristiandad, desde los tiempos de la Edad Media.
Por Tomás Alvarez
Desde la antigüedad, Santiago fue un finis-terrae europeo al que los peregrinos de todo el continente acudían para orar ante la tumba del apóstol Santiago.
Con unos 100.000 habitantes, Santiago es una urbe Patrimonio de la Humanidad desde 1985.
La ciudad es también capital política de Galicia. Esta circunstancia ha desvirtuado su esencia tradicional de urbe levítica, vinculada a las reliquias, a lo sagrado, a lo ceremonial, a la salvación del espíritu.
Esta ciudad llegó a rivalizar con Roma por su atracción religiosa y fue destino de millones de viajeros de todos los países.
Los viajeros llegaron atraídos a la par por el mito que la vinculaba directamente a la historia carolingia, y por el fervor de un cristianismo aferrado a la esperanza en la fe y en el poder taumatúrgico de las reliquias, en una época especialmente dura como fue la Edad Media.
El origen de Santiago de Compostela
En los tiempos de la suntuosa Bagdad de Las mil y una noches, en este apartado rincón verdeante y montuoso un tal Paio o Pelayo, dijo ver unas luminarias milagrosas en un apartado bosque.
Eran los primeros años del siglo IX y el obispo Teodomiro, titular de la diócesis de Iría Flavia, la actual ciudad de Padrón, rápidamente dedujo que en aquella zona de las luminarias, donde había enterramientos romanos, estaban los restos del Apóstol Santiago.
El anuncio del hallazgo del cuerpo de Santiago el Mayor convirtió a este lejano territorio en centro de atención de los otros reinos de Europa, en un proceso que se consolidó a partir del siglo X, merced al apoyo de los reyes del Reino de León.
Una ciudad codiciada
No fue un proceso fácil, porque la fama del lugar hizo que sufriera acosos de los piratas normandos e invasiones y saqueos de los árabes que dominaban el sur de le Península Ibérica.
Se cuenta, incluso, que Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio, envió en el siglo XII una expedición de sesenta naves y diez mil hombres a Galicia para apoderarse de las reliquias, algo que no consiguió.
No hay datos muy concretos de esta aventura, pero no extraña, porque fue este ambicioso mandatario imperial quien organizó el “robo” de las reliquias de los Reyes Magos, en 1164, que fueron trasladadas de Milán a Colonia, donde continúan.
Pero pese a los eventuales problemas, la peregrinación creció de forma continua hasta el siglo XIII merced a la fama, la leyenda y el apoyo de reyes y papas.
Historia y arte en una urbe de sabor barroco
Santiago de Compostela es urbe pequeña en tamaño, pero está llena de interés por sus riquezas históricas y arquitectónicas, por sus monumentos barrocos reverdecidos por musgos y líquenes, que contribuyen a dar un halo de eternidad a la piedra granítica.
Santiago es esencia de esa Galicia de cruceros, de verdor, de románico y barroco, donde el paisaje y las ciudades rezuman tradición y sacralidad.
Pervive esa esencia, pese a que ya son pocos los canónigos que pasean por las estrechas calles; pese a que el viajero es muchas veces más turista que peregrino, y que en el siglo XXI tienen más peso en lo jacobeo los programas del Gobierno de la Junta de Galicia que el poder de la jerarquía católica.
Merece la pena conocer esta ciudad, gozar de la maravilla románica de su catedral, una catedral que en la antigüedad se decía que fue obra del emperador Carlomagno.
Diversos viajeros sostuvieron ese error, entre ellos el alemán Jerónimo Munzer, quien conoció Compostela en los mismos días en que llegó el también alemán Hermann Kunig.
Conjugación de arte románico y barroco
En la catedral se conjuga la maravilla románica con el esperpento barroco del altar Mayor. Este se halla cubierto con baldaquino sostenido por ángeles, estructura teatral y desmesurada, más propia para una falla que para un templo.
Es grandiosa la portada monumental barroca del Obradoiro, obra de Fernando Casas y Novoa, quien recubrió aparatosamente la sencillez geométrica de las torres románicas.
Resulta maravillosa, especialmente, la calidad de la estatuaria románica del Pórtico de la Gloria, donde el maestro Mateo dejó muestras de su genialidad.
El convento de san Martín Pinario es otro gran edificio. Este es el segundo gran monumento santiagueño. Entre lo más notable, la iglesia, a la que se accede desde la Plaza de San Martín, donde se observa un gran frontispicio y una atractiva escalinata.
Otro monumento excepcional es el Hospital de Peregrinos, de inicios del XVI, de sobria fachada alegrada por un bello frontispicio de influencia gótica.
Monumentos y gastronomía
Para el viajero que permanezca más días, hay otros centros de visita como Santa Clara, Santo Domingo de Bonaval y Santa María del Sar, una visita, esta, ideal para percibir los problemas estructurales del románico.
Pero, sobre todo, no cabe olvidar el gozo gastronómico. Buenos pescados, gran tradición en mariscos… y el recurso de los vinos de Galicia, especialmente el delicioso albariño.
Santiago sigue siendo en el siglo XXI un magnífico destino
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