Hermann Künig explicó en su guía que los peregrinos santiagueños podían tomar en Burgos el camino hacia Bayona y la vía Turonense. Hoy describimos el recorrido entre Miranda de Ebro y paso de San Adrián.
Por Miguel Moreno Gallo
En el recorrido entre Burgos y Bayona, uno de los tramos más curiosos es el que conduce al viajero por el túnel de San Adrián, un mítico paso muy frecuentado en el pasado, de misterioso atractivo paisajístico.
En la ruta señalada por Künig, el viajero, tras pasar por las solitarias tierras burgalesas del sur del Ebro, cruzará este gran río por Miranda para continuar en dirección a Aquitania; es una antigua vía romana que discurre a oriente del río Zadorra. Por allí sigue pasando también el actual Camino de Santiago.
la vía de Porten Berge
La única indicación que da Hermann Künig para hacer esta variante es la de seguir el camino de Porten Berge. Poco tiempo después de publicada guía del monje alemán, haría ese camino el caballero de Colonia Arnold von Harff, quien dejó descrito el itinerario.
Siguiendo las indicaciones de Arnold von Harff y de otros viajeros, en el tramo de Miranda al túnel de San Adrián, que hoy analizamos, se pasa por los siguientes puntos: Meranda (Miranda de Ebro), Popula de Arganson (La Puebla de Arganzón), Vittoria (Vitoria), Tredies (Heredia), Galarda (Galarreta) y Portzen Berch o Trianport (Puerto de San Adrian)
En el Condado de Treviño
En Burgueta (Condado de Treviño, provincia de Burgos) los viajeros pueden ver su iglesia gótica, del siglo XIII, aunque hoy muy transformada. Media legua más adelante se llega a la Puebla de Arganzón, un núcleo fortificado por Alfonso VIII para asegurar el camino hacia Francia.
Antes de entrar en la villa, que aún conserva el puente y el trazado medieval, aparece la ermita de San Juan, que tiene un hospital anejo. El conjunto es de época del Renacimiento y del Barroco. El núcleo urbano está dominado por el templo de la Asunción, del gótico tardío.
Si el viajero se sobrecogió en su momento con el paso por el desfiladero de Pancorbo, a la salida de la Puebla de Arganzón tendrá que pasar por otro angosto paso que comunica el Condado de Treviño con la llanada de Álava. Siempre con el río Zadorra a la vera, verá en la lejanía el caserío de Vitoria, una referencia espacial que le indica con claridad por dónde deben discurrir sus pasos.
Pero antes de llegar a Vitoria, podrá contemplar el templo dedicado a San Prudencio y San Andrés en Armentia. ¡Ojo, una colegiata desde el siglo XII, con sus profesores y discípulos en plena Edad Media, y antigua sede episcopal!
El edificio es basílica en la actualidad y se encuentra completamente transformado, con enormes volúmenes que enmascaran la traza gótica y comprimen el ábside. El claustro ha desaparecido. Es el precio a pagar por el triunfo de la tradición milagrera y por haberse convertido en patrono de una ciudad como Vitoria, que fue capital de provincia y hoy es sede del Gobierno de una comunidad autónoma.
Y Vitoria, con sus dos catedrales.
Vitoria tiene tres grandes iglesias que adornan el casco antiguo, almendrado en la forma y protegido en su día por las murallas. Era otra etapa importante para cualquier caminante que desde Aquitania viajara a la Península, o que volviera al interior del continente europeo; un lugar seguro, una villa franca en la que reponerse, rezar y descansar.
Sorprendentemente, los vitorianos decidieron a comienzos del siglo XX construir una catedral nueva, la de María Inmaculada, que hoy llama la atención con su estilo neogótico en medio de un parque arbolado. Pero vamos a citar tres grandes templos en los que se ya se rezaba en los días en que el monje Hermann Künig escribió su famosa Guía.
La iglesia de San Pedro Apóstol estaba adosada a la muralla, en la parte baja. Como suele pasarles a todas las iglesias que se enclavan en cascos urbanos, el espacio exterior ha sido aprovechado excesivamente y apenas es reconocible su fábrica. Pero aún podemos ver una fenomenal portada gótica con un tímpano descomunal.
La vieja catedral de Santa María (no confundir con la nueva, de María Inmaculada) es Patrimonio de la Humanidad y muestra orgullosa su torre en la zona alta de Vitoria. Las transformaciones son evidentes, pero al menos han conservado las fachadas más antiguas y el interior de gran volumen. Dicen que Ken Follet se inspiró en este templo para escribir una parte de Los pilares de la tierra.
San Miguel y la Virgen Blanca
La tercera gran iglesia de Vitoria está dedicada al culto de San Miguel Arcángel, si bien los paisanos acuden con especial devoción ante la capilla de la Virgen Blanca, patrona de Vitoria, donde se venera una talla de mediados del siglo XIX. San Miguel es una iglesia de finales del siglo XIV; sus obras se prolongaron hasta el XVI. El tímpano es una de las partes más antiguas. El templo no supera el esplendor de las otras iglesias vitorianas, pero está en un bello emplazamiento y también merece una visita.
Vitoria aún cuenta con una cuarta iglesia de categoría, San Vicente, en cuya estructura se funden construcciones y estilos que van desde el siglo XVI al XIX. Para el viajero que quiera aprovechar aún más su visita al entorno de Vitoria, cabe citar el romántico espacio del monasterio de Santa Catalina cerca de Nanclares de la Oca, y el monasterio románico de Nuestra Señora de Estíbaliz. Es cierto que la visita a estos dos conjuntos monacales supone desviarse del camino elegido -la ruta directa de Castilla a Aquitania- pero tanto Santa Catalina como el santuario de Estíbaliz siguen teniendo belleza e interés.
Heredia sería el siguiente punto que aparece en ruta. En la actualidad es un pueblo de la llanada alavesa, con una iglesia muy grande, alejada del modelo medieval, si bien conserva la portada del siglo XIII. Seguramente formaba parte de las aldeas que explotaban la fértil vega de la cabecera del río Zadorra, protegida de los vientos del norte por los llamados Montes Vascos. En los documentos de la antigüedad aparece con el nombre de Deredia.
Hacia Galarreta
Es muy probable que en el siglo XV, cuando Künig escribió su guía, para ir desde el centro de la península a Aquitania, aún se utilizara la vía romana que desde Vitoria recalaba en Pamplona para girar al norte con dirección a Irún. Pero aquella infraestructura llevaba más de un milenio sin mantenimiento, así que también resulta lógico que los reyes, los comerciantes y los peregrinos buscaran un camino más directo evitando la curva que suponía rodear la sierra de Aralar. Por eso el trayecto continuaba desde Heredia hacia Galarreta, al norte de la llanada alavesa, en busca de un paso natural de aquel macizo montañoso.
Galarreta es hoy otro pueblo que conserva una iglesia derruida que nos habla de momentos pasados de esplendor, cuando pertenecía al monasterio riojano de San Millán de la Cogolla.
El paisaje ha ido cambiando para hacerse más montuoso a medida que avanza hacia el norte. A media legua de Galarreta se halla la solitaria ermita de San Julián y Santa Basilisa, en el despoblado de Aistra, con su ábside cúbico construido con sillares geométricos y su ventana saetera con arco en ojo de cerradura. En el perímetro existe una treintena de tumbas excavadas en la roca. El solitario edificio, al parecer del siglo XII, guarda secretos de tiempos pasados y despide al viajero que avanza de camino a San Adrián.
Hacia el mítico paso de San Adrián
¿El paso de San Adrián? Un camino estrecho, hoy con bordillos para evitar la escorrentía, conducía montaña arriba hacia las nubes, a la niebla persistente, a los robledales y pastos en los que vivían apenas algunos pastores.
De pronto, la senda se metía en una cueva llena de misterio. Pero no es una cueva, sino un túnel natural, en medio del cual se levanta una ermita. Los excursionistas del siglo XXI pasan alborozados por el lugar, hacen fotografías con sus teléfonos, exhiben equipamientos deportivos, utilizan GPS… pero hay que pensar en cinco siglos atrás, sin apenas referencias y, probablemente, escasos lugares en los que descansar.
Ubicado en el límite de las provincias de Álava y Guipúzcoa, es este un espacio inhóspito, sin apenas poblamiento; muy diferente de la ruta jacobea que Künig había recorrido en el camino de ida. El paso de San Adrián era lo contrario del llamado Camino Francés, adornado con catedrales, abadías, puentes, refugios y clérigos que hablaban en latín.
Sin embargo, ese túnel se hallaba en las canciones germánicas y francesas; en la guía de Hermann Künig, en los relatos de grandes viajeros, aventureros, peregrinos, aristócratas, cortesanos y hasta en las poesías de poetas renacentistas como Juan de Padilla, que compara su entrada con la boca del infierno.
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