Por Tomás Álvarez
El viaje de ida y vuelta de Hermann Künig von Vach desde su convento hasta Santiago de Compostela supondría un recorrido de unos 5000 kilómetros, y en él hubo una ciudad que le pareció inigualable: París.
La población había surgido en la antigüedad en la llamada Île de la Cité; en medio de la corriente del Sena. Era un lugar fácil de defender, habitado por a la tribu de los parisi. Allí se instalaron más tarde los romanos, dándole a la población el nombre de Lutecia Parisiorum.
Se trataba de un punto estratégico de paso del Sena, bien defendible por el propio río, y la población creció sobre todo a partir de la Edad Media. Ya en el siglo VI, con Clodoveo, alcanzó la capitalidad de los Francos.
La historia le depararía días de gloria y de humillación; acontecimientos que en ocasiones tuvieron un alcance universal; hasta llegar a la actualidad, cuando ocupa un puesto destacado en Europa, por su vigor económico y su atractivo artístico.
Hermann Künig en París
En el momento en que Künig llegó a la ciudad, esta tenía unos 200.000 habitantes y estaba consolidándose como la gran urbe de una Francia triunfante que, cuatro décadas atrás, había ganado a Inglaterra la Guerra de los Cien Años.
De la mano de la dinastía ganadora, la Casa de Valois, la ciudad ocuparía un puesto destacado en la Europa del Renacimiento; brillaría entonces por su poder económico, su arte gótico y renacentista y su despegue cultural; de la mano de una prestigiosa Universidad.
Hermann Künig es sumamente sintético y no se entretiene en describir la urbe; por ello en su guía resume su paso en un par de renglones: destaca su enorme valor para el estudioso del Arte y el Derecho, y concluye con una frase extremadamente tajante: “Nunca he visto ciudad igual”.
Otro joven peregrino francés, cuyo texto es también muy conocido, Guillaume Manier, visitó la ciudad en los inicios del siglo XVIII, y también quedó impresionado. Fue tal su grandeza que duplicó su número de habitantes, escribiendo que rondaba el millón de pobladores.
Siglos de Historia y Arte
Con un gran bagaje artístico de los tiempos del Gótico, Renacimiento, Barroco y Neoclásico, París sufrió una gran transformación urbanística en el siglo XIX. Llegó de la mano del barón Haussmann, encargado por Napoleón III de acabar con las intrincadas callejuelas del viejo centro, insanas y propicias para la delincuencia y el desorden público.
La ciudad continuó expandiéndose, al amparo de tiempos de progreso técnico. El desarrollo de la industria y la aparición de nuevos materiales hicieron posible, al final del siglo XIX, la erección de su icono más famoso: la Torre Eiffel.
Las nuevas tendencias artísticas hicieron de París una “meca del arte” en los inicios del siglo XX. En la actualidad ocupa un puesto privilegiado por la atracción turística y comercial; con sus grandes museos, y los negocios de la moda y el lujo.
En nuestro tiempo, el límite administrativo de París engloba una población ligeramente superior a los dos millones de habitantes, si bien su área metropolitana supera los doce millones.
Ciudad jacobea
Pero París es también una urbe muy ligada a lo jacobeo. Hermann Künig en París pudo conocer una iglesia y varias capillas dedicadas al santo, así como hospitales de atención al peregrino. En la actualidad el elemento jacobeo más emblemático es la tour de Saint Jacques.
La torre de Santiago (tour de Saint Jacques) se halla a apenas 300 metros de Notre Dame. Esa torre es lo poco que resta de la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie, templo gótico que resultaría destruido durante la Revolución.
Al lado de la torre se reunían los peregrinos que partían hacia el sur, cruzando la Île de la Cité para tomar el Petit Pont y avanzar hacia Compostela por la llamada vía Turonense.
Todo este centro parisino, en torno al Sena, es un entramado de historia y arte, recogido como Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1991.
En la rivera del río sigue latiendo la historia, con referencias como el Louvre, Notre Dame, la Plaza de la Concordia o Sainte Chapelle. El urbanismo de Hausmann pervive en el entorno, al lado de los monumentos que recuerdan acontecimientos sangrientos de la Revolución o la riqueza de la Corte absolutista de Luis XIV.
El peregrino, no puede pasar por la ciudad, sin conocerla más a fondo… o sin volver.
En Notre Dame está el kilometro cero de las rutas francesas. La catedral actual se inició en la segunda mitad del XII y no se acabaría hasta el XIV, aunque luego la remozaría Viollet-le-Duc de su estado ruinoso.
La gran reliquia parisina
No lejos está la Sainte Chapelle, con la reliquia de la corona de espinas de Cristo. Luis IX encargo la construcción de la capilla para que fuera el relicario de este tesoro sacro. Este rey de Francia está muy vinculado a la peregrinación, algunas fuentes dicen que fue a Compostela. El peregrino Domenico Laffi afirma que cuando el rey llegó a la ciudad del Apóstol, una campana empezó a tañer sin que ninguna mano humana la tocara.
La Sainte Chapelle era una de las construcciones anejas al Palacio Real medieval, la Conciergerie. Este complejo fue Palacio Real en tiempos medievales; luego prisión, sinónimo de muerte en los días de la Revolución Francesa, como probó la propia reina María Antonieta.
En este entorno del Sena hay una multitud de iglesias, teatros, centros oficiales, puentes llenos de historia, iglesias, museos… El viajero no puede dejar de conocer el Louvre, ni el Museo d`Orsay…
Tampoco ha de dejar de pasear por el barrio Latino, por la zona de Vendome, por los Campos Elíseos, Montmartre, o tal vez subir a la Torre Eiffel, tomando luego una embarcación para conocer la ciudad desde esa corriente por la que en el Medievo llegaron las hordas normandas de Rollón el Caminante.
El líder normando causó tal atropello en las costas francesas que el propio rey francés, Carlos III el Simple, acabó “comprando” la paz entregándole a una de sus hijas y el territorio de Normandía.
Es mucho lo que esta ciudad ofrece al viajero. Ya en el final del siglo XV, Hermann Künig declaró que nunca había visto una ciudad como París. Tal vez, el peregrino, del siglo XXI seducido como el monje de Vach, acabe olvidando su destino en Galicia.
No debe apurarse. Siempre habrá un día para continuar hacia Compostela.
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