Alfonso VI

Miniatura de un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España (Chronicon regum legionensium). Alfonso VI envía legados al papa Gregorio VII.

Por Jose Pedro Pedreira

El descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago en Compostela significó en su tiempo un milagro; y hoy, más de doce siglos después, el milagro continúa expandiendo su misterio, su magia y sus efectos; más real y vivo que nunca.

Para abordar el tema, anticipo que voy a aproximarme a una máxima de John Huston, quien sostenía que entre la historia y la leyenda él siempre se quedaba con la leyenda.

Corría el siglo IX de nuestra era cuando un ermitaño que moraba por tierras de Galicia, auxiliado por la fe del obispo de Iria Flavia y unas luces que los iluminaban desde el cielo, descubrió la sagrada lápida del sepulcro bajo la que descansaba el cuerpo del santo.

Con ese descubrimiento nacían un mito, una fe y un Camino que han recorrido y aún recorren millones y millones de personas. Otro misterio.

Desde la Asociación Amigos del Camino de Kunig, que también conduce a Santiago, se me ha sugerido explicar la influencia e impulso que recibió del rey leonés Alfonso VI, valorada por muchos historiadores como decisiva.

La palabra del monarca

Por mi parte considero, sin modestia alguna, que el propio Alfonso puede contarlo mucho mejor que yo y, como me ha concedido audiencia esta noche, transcribo su palabra:

“Desde el día primero en que ocupé el trono me propuse como uno de los objetivos de mi reinado abrir las puertas de mis territorios a nuevos aires que enriquecieran nuestras costumbres, nuestro saber y nuestras vidas.

No todos mis súbditos, ni aun entre quienes presumía mayores capacidades o ilustración, lo supieron comprender. Ensimismados en su terruño y sus maneras ancestrales de producirse recelaban de los cambios, del forastero que llegaba a compartir su lugar, temían perder privilegios que estaban seguros de que sólo a ellos correspondían.

Encontré serias resistencias cuando recurrí a los muy doctos monjes de Cluny para recabar su apoyo o sus consejos o los nombré para cargos en que los consideraba los más idóneos. Y no menos recelos levantarían los enlaces de mis hijas Urraca y Teresa con nobles borgoñones. Pero yo estaba convencido de que sólo mirando más allá de los Pirineos podríamos encontrar nuestro lugar en el mundo.

…Sabía que allende ese murallón de difícil tránsito por el que hacía más de mil años nos abriera un camino Aníbal, se estaban escribiendo bellos códices, celebrando fiestas y devociones que nos acabarían gustando, otra manera de rendir tributo a Dios concibiendo iglesias y catedrales como si fuesen inspiración suya. Contaban con ricas mercaderías y productos artesanos que apenas conocíamos aquí, plata, joyas, oro. Y gentes que sin ser en nada superiores a nosotros nos podían enseñar el modo en que ellas entendían la vida y aprender también nuestras maneras de vivir.

La relación de los pueblos

Son conocidas mis buenas relaciones con los pueblos francos, los lazos que con ellos estreché por mor de mis matrimonios, de los viajes, acuerdos y embajadas en que tuvimos ocasión de comprender cuán distintos éramos y por lo mismo cuánto podíamos enseñarnos los unos a los otros.

De Borgoña llegaron Constanza, mis yernos Raimundo y Enrique, de Aquitania Inés, Beatriz de las Galias y Berta de Toscana. Y cómo olvidar al abad Hugo, a Roberto, a Bernardo, al papa Gregorio, tan hostil a veces y a veces tan amable. De todos ellos aprendí cosas sin las que mi vida hubiera sido mucho más pobre.

Nadie ignora tampoco el interés que he mantenido a lo largo de los años para impulsar el camino por el que tantos peregrinos marcharían y marchan aún a venerar las reliquias del apóstol Santiago.

Tras mi último viaje a Compostela, el obispo Gelmírez se despidió de mí a la puerta de la catedral cuya construcción se inició gracias a mis iniciativas y mis maravedíes, aunque contara para ello con la inestimable ayuda de Diego Peláez.

…Y mientras finas gotas de lluvia nos caían sobre las manos como si lamentaran nuestra marcha, confirmé lo que venía pensando desde tiempo, que aquella ruta que seguía las viejas calzadas romanas no era un simple recorrido en medio de los paisajes más variados y hermosos que pueblan la Tierra, ni el gozo de ver cumplirse un santo deseo, sino esa comunión mágica que se da, no ya sólo entre personas, sino entre hombres y lugares, entre hombres y sus propios sueños. Algo que ni yo, que soy un rey preocupado por las inquietudes que agitan el alma humana, he logrado entender nunca, ni gentes más sabias que yo me han sabido explicar. Algo que va más allá del influjo sereno de Dios, él me perdone. Un misterio.

Despedida del peregrino

Miniatura medieval. Despedida del ser amado, ante el inicio de su peregrinación. British Library Egerton 1069 f. 145.

Abrir las vías

Di órdenes y dispuse medios para que todos los puentes entre Logroño y Compostela fueran reparados. Se construyeron puentes nuevos donde fue preciso. El obispo Osmundo me requirió desde su diócesis de Astorga ayuda para sortear el río Sil a su paso por tierras bercianas y allegué los fondos necesarios para reforzar con hierro el humilde paso anterior e igualmente concedí beneficios y exenciones a los primeros pobladores que decidieron asentarse en torno a ese puente de hierro con la noble ambición de que allí naciera una nueva y próspera villa.

Por otra parte, demandé a Sancho, el rey de Aragón, una entrega a ese empeño con la misma ilusión que yo me estaba entregando en mis territorios. No quise regatear esfuerzo alguno ni maravedíes cuando fueron necesarios para que se construyeran albergues, hospitales en que atender a quienes enfermaran en el largo y a veces tortuoso camino. De manera muy especial nos aplicamos en Burgos, pues allí confluyen las gentes que llegan por Iranzu y los que eligen Roncesvalles.

Había quienes recelaban de que apoyáramos ese camino que para ellos no era más que una vía de invasión por la que penetrarían extranjeros trayendo ideas y costumbres distintas a las nuestras. Era eso, precisamente, lo que yo más valoraba. Pero los fanáticos, en lugar de ver una posibilidad de enriquecernos con nuevos estilos en el arte, nuevas formas de traficar en el comercio, maneras diferentes de labrar las tierras, manipular el barro, erigir iglesias al mismo Dios y otras ilusiones en la fe, sólo sabían asustarse con el riesgo en que creían poner sus principios si entraban en contacto con aquellos odiados extranjeros que, sin duda, no eran más puros ni mejores que nosotros, pero por lo mismo, pensaba yo, tampoco deberían inspirarnos ese miedo a que pudieran cambiar nuestros ideales en contra de nuestra voluntad.

Los colaboradores

La tarea es laboriosa y no son pequeñas las trabas que se me han ido presentando. Pero también es cierto que no han faltado nunca junto a mí muy eficaces colaboradores. García Ordóñez en el oriente y los Ansúrez en tierras de Carrión, compartieron desde el primer día mi empeño, lo apoyaron y siguen colaborando de manera muy eficaz.

También contribuyen otros a que el Camino sea cada día más seguro y se vea transitado por más y más peregrinos. Pero si es de justicia destacar a alguien, ninguno hay tan esforzado como Domingo. El eremita, que guardaba profunda fe al apóstol Santiago y había decidido recluirse en un inhóspito lugar próximo al trayecto que seguían los francos que llegaban a nuestras tierras tras vencer los Pirineos, se había entusiasmado con la idea de las peregrinaciones.

La vocación de ayudar al peregrino

Ni corto ni perezoso, puso cuanto tenía, sus manos y su voluntad, al servicio de tan generosa causa, y únicamente en compañía de un puñado de fieles que le seguían, levantó una ermita y un hospital en la zona de la Bureba. Su intención era prestar auxilio a los peregrinos. Y aunque el acceso al apartado lugar que él eligió para sus oraciones no era el más idóneo tampoco se arredró. Al contrario.

Se propuso abrir una amplia calzada que llevase a las mismas puertas del hospital y la ermita. Solicitó mi ayuda en aquellas tareas imposibles para ellos, como la de vencer el río. Pero en todo lo demás, sólo con los monjes que lo acompañaban, su noble esfuerzo y, sin duda, el auxilio de Dios, conseguirían finalizar la magnífica calzada de la que hoy todo el mundo puede beneficiarse.

Recuerdo al bueno de Domingo besando mis manos y dándome mil gracias cuando procedí a inaugurar el puente que salvaba el río Oja. Excitado por la emoción llegaría a decirme: “si Moisés hubiera contado con un rey como vos, Alfonso, no habría precisado reclamar la ayuda del Señor para vencer con sus hombres el mar Rojo”. Me hizo sonreír. Sus ojos, en cambio, se humedecieron. Estábamos muy contentos los dos por el rumbo que estaban tomando las peregrinaciones aunque ambos comprendimos la desmesura de sus palabras.

Un impulso benéfico

El impulso de unos pocos, entre los que debo contarme sin caer en el pecado de soberbia, fue la punta de lanza en la noble tarea que hoy podemos contemplar sin impedir que una ráfaga de júbilo acaricie mi corazón. El tráfico de mercaderías y hombres está haciendo el resto.

Alfonso VI emperador

Miniatura del rey Alfonso VI, en el Tumbo A de Compostela.

Es grande el gentío que, día tras día, va y viene por el camino de Santiago y eso contribuye a repoblar las amplias tierras de la meseta. Allá donde se atisba un paraje idóneo se establecen los mercados, en torno a los cuales los fieles precisan de iglesias para rendir culto a Dios y de mesones y hospederías para atender otras demandas.

Los canteros trabajan de sol a sol, se roturan terrenos baldíos, los pastores descubren nuevos pastos porque sus rebaños crecen. Hay más bocas que atender y más necesidades que cubrir y eso beneficia a forasteros y nativos. De modo tan natural surgen nuevos pueblos a lo largo y ancho del camino.

Me dicen mis leales que cuando se reponga mi salud y decida montar de nuevo mi brioso caballo y recorrer las amplias posesiones que me pertenecen entre Nájera, León y Compostela, me alegrará comprobar cómo bulle la vida en lugares hasta ayer inhóspitos y cómo se benefician también de este nuevo esplendor lugares tan queridos por mí como Castrogeriz, Frómista, Carrión, y por supuesto Sahagún.

…Y la tarea continuará

Me siento muy satisfecho con todo lo logrado, pero sé que esa tarea continuará, porque cuenta con la ayuda decidida de muy principales personajes de mi reino y reinos próximos, pero también porque le asiste el amparo de Dios.

Buena parte de mi vida la dediqué a conseguir una vía de comunicación con la cristiandad a través de ese camino a la tumba del apóstol Santiago, y sé que eso ha de tener su recompensa. No quiero despreciar los méritos que en sus territorios corresponden a Sancho Ramírez, pero el tramo de Camino que corre por el reino aragonés no tiene parangón con el que lo hace por el nuestro.

Deseaba aprovechar la Curia Regia celebrada en Zamora para decretar nuevas medidas que favoreciesen el discurrir pacífico por tierras bajo mi dominio. Y una de las principales fue la de suprimir el portazgo de Valcarce en el paso que comunica las fértiles tierras del Bierzo con Galicia.

Velando por el viajero

Había llegado a mis oídos que el pago de ese arbitrio además de su función recaudatoria servía de excusa a muchos desalmados para asaltar a los peregrinos despojándolos de sus bienes e incluso poniendo en riesgo sus vidas.

Dispuse normas tendentes a garantizar la seguridad de quienes nos visitan y el castigo a los malhechores. Allegué fondos, solicité de condes, abades y caballeros auxilio a cuantos pasaran cerca de sus heredades y ellos han decidido colaborar.

La afluencia de peregrinos que, impulsados por su fe, llegan buscando el sepulcro del venerado apóstol, así como la de los artesanos y mercaderes que se establecen en el Camino, crece día tras día. Eso influye en el bienestar de nuestras gentes. Y en el de los pueblos de donde vienen los peregrinos.

Un sueño con futuro

Presagiaba que eso iba a suceder, como bien lo demuestran las decisiones tomadas. Y el juicio inapelable del tiempo me ha ido dando la razón.

Sahagun descanso final del rey Alfonso VI

Sahagún (León). Restos del gran cenobio benedictino, donde fue enterrado el monarca Alfonso VI, tras su muerte en Toledo

Confío que cuando yo muera, otros gobernantes sepan apreciar las ventajas que para nuestros reinos y nuestra cultura pueden traer esos aires que entran a través de la gran cordillera y corren, sin pausa, por el muy beneficiado por mí camino a la tumba del apóstol Santiago.

Los sueños y la ambición de los hombres pero también los puestos de vigilancia, los hospitales, los albergues siguen convirtiendo un trayecto amenazado desde sus inicios por riesgos y rapiña en un camino donde conviven la fe, la aventura, el comercio y la paz, que ese y no otro era mi deseo”.

“EGO ADEFONSUS DIUINA MISERICORDIA IMPERATOR TOTIUS HISPANIAE”.

José Pedro Pedreira es autor del libro «Alfonso VI: vida pública y privada del rey»