Por Tomás Álvarez
La guía de Künig dice que Logroño, la ciudad del Ebro, era la primera urbe de España, lo que nos hace recordar que, en el tiempo en el que el viajero alemán cruzó Europa Occidental, Navarra era aún reino independiente.
Por esta circunstancia, el monje alemán advierte en su guía que el peregrino aquí ha de cambiar de divisa. Si en Navarra se utilizaban los cornados (Coronaten) en Logroño empezaba el ámbito de los maravedís (Malmedis). Una y otra moneda seguirían vigentes durante siglos, pues en Navarra continuó la acuñación de cornados aún después de su integración en la Corona española.
Poco más dice Künig de Logroño, al que denomina Grüningen en alemán y Lagrona, en lenguaje local. Únicamente apunta a que se alcanza la ciudad tras cruzar el puente del Ebro.
En efecto, el casco antiguo de la población no era muy grande y surgió frente a aquel vado; su desarrollo se impulsó con el fuero que en el año 1095 le concedió Alfonso VI, el rey leonés conquistador de Toledo. El fuero permitió el desarrollo comercial y el asentamiento de pobladores peninsulares y francos; en un tiempo en el que también estaba creciendo con vigor la peregrinación hacia Compostela.
Logroño, a la vera del Ebro
Ya en el Código Calixtino se hablaba de las aguas salutíferas de Logroño, que contrapone a las del territorio navarro. “Por Logroño pasa un río enorme, llamado Ebro, de saludables aguas y abundantes peces”, se dice en el texto del siglo XII.
El río es el más largo que cruzará el peregrino en su trayecto a Santiago. En Logroño lleva buena corriente, y aún se acrecentará más en los 300 kilómetros que le quedan hasta la costa mediterránea, en los que recibirá abundante agua de los valles pirenaicos.
El valle del Ebro es una depresión, y fue un lago hasta la era terciaria. En el entorno de Logroño la presencia del río atempera la climatología y facilita los cultivos de frutales y viñedos. Es por esto que el peregrino de nuestro tiempo asociará más a esta tierra con el vino que con el agua. Los famosos vinos riojanos son tenidos entre los mejores de la Península.
Los vestigios medievales
Aquel Logroño medieval no era grande, pero contó con diversos templos. Entre ellos la iglesia imperial de Santa María del Palacio, llamada así porque tuvo su origen en una donación del monarca leonés Alfonso VII, nieto de Alfonso VI, que ostentaba el titulo de Imperator Hispaniae. Entre lo más destacado del edificio, su espectacular cimborrio octogonal, del siglo XIII.
También es medieval la iglesia románica de San Bartolomé, ubicada al lado de la muralla. En ella destaca la portada, gótica, de bella factura, aunque con sus estatuas muy deterioradas.
Otro templo románico que pudo conocer Künig en su paso por Logroño fue el de Santa María la Redonda, de planta octogonal. Aquel edificio fue destruido en el siglo XVI, para crear una gran colegiata que en la actualidad es la concatedral. En ella destacan las airosas torres barrocas, que flanquean una portada-retablo renacentista.
Otro edificio románico era el de la iglesia de Santiago, que se considera como la más antigua de la ciudad. Pero aquel templo ardió en el año 1500 y se reedificó en el siglo XVI. En el mismo está la deliciosa imagen gótica de la Virgen de la Esperanza, patrona de la ciudad.
Una ciudad próspera
El Camino de Santiago ha sido para Logroño un elemento de prosperidad desde la Edad Media. El puente sobre el Ebro seria esencial en su desarrollo, y en su interés peregrino y estratégico. Por aquí pasaría en el año 950 Gotescalco, prelado de Puy-en-Velay, considerado como el primer gran peregrino internacional jacobeo citado por la documentación medieval. Tras él, millones de caminantes han cruzado sus calles para alcanzar Compostela, unos 600 kilómetros más al oeste.
Con una población de unos 150.000 habitantes, Logroño es en la actualidad una ciudad atractiva para el viajero, de animadas calles, excelentes establecimientos comerciales y buena calidad de vida; donde el visitante siempre encuentra una oferta gastronómica de calidad, aparte de una gran cultura del vino.
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