Iglesia de san Tirso, un magnífico ejemplar del Románico mudéjar de Sahagún. Imagen de José Holguera

Sahagún, emporio benedictino de la España cristiana, recibió elogios de Hermann Künig por su cualidad hospitalaria.

Sahagún tenía entonces cuatro centros para atender a los viajeros que avanzaban a Compostela.y aunque al viajero no le gustó el agua de la villa, recomendó un hospital, pasado el puente, donde “todos pueden recibir vino y pan (…) un hospital al que tienes que ir”.

Ahora, más de cinco siglos después del paso del monje alemán, el escritor José Pedro Pedreira, hace en su blog una excelente descripción de esta villa esencial del Camino Francés.

Esta es la narración del escritor, autor también de una bella novela histórica sobre un rey muy vinculado a Sahagún: Alfonso VI.

SAHAGÚN

Por Jose Pedro Pedreira

León se serena cuando trata de entrar en Palencia y Valladolid por Tierra de Campos, ese inmenso desierto amarillo en el que no se adivina el horizonte y que en primavera parece un mar grandioso de espigas formando olas con el viento. En sus riberas crecen los tomillos y bajo su cielo siempre tan azul vuelan palomas torcaces y avutardas.

Este paisaje pardo y duro sin apenas árboles ni cerros ni verdes ni colinas, de llanuras infinitas levemente erosionadas por riachuelos que se secan con tan solo respirar, “…que llaman Tierra de Campos, los que son campos de tierra…”, pueden fácilmente producir desolación pues de severo y humilde esconde tanto su belleza que se necesita un espíritu sensible, una voluntad, un afecto y un optimismo lúcido para no dejarse engañar y ser capaces de desvelarla. Porque tener la tiene. Poetas y pintores la encontraron antes que nosotros pero nos han enseñado el camino para secundarlos.

Belleza especial

En medio de esa belleza especial, como un símbolo o un blasón noble, se levanta majestuoso, solemne y sereno el pueblo de Sahagún, fundado por Carlomagno tras una dura batalla a orillas del río Cea. Los valerosos paladines, una vez alcanzada la victoria, clavaron sus lanzas en el suelo del campo de batalla y allí echaron raíces y florecieron en forma de fresnos altivos y orgullosos. Esa es la leyenda.

La historia, sin embargo, sitúa sus orígenes en torno al monasterio Domnos Sanctos, fundado en el siglo VIII y restaurado y enriquecido por el abad Bernardo en el siglo XI, bajo la protección del rey Alfonso VI, al que tanto deben facundinos, leoneses y el mundo cristiano de entonces.

Años antes, Alfonso III que profesaba honda veneración por los mártires Facundo y Primitivo, a cuya memoria se erigían una pequeña iglesia y un sepulcro a orilla del río Cea, había decidido hacerse con el sitio para donárselo a unos monjes que llegaban de Córdoba huyendo de la persecución de los cristianos en tierra de moros.

La monarquía y el cenobio

Aquella primera humilde comunidad de religiosos iba a experimentar un cambio significativo cuando el “rey bravo”, que gustaba de tan bellos parajes para su descanso entre campaña y campaña, acudió al abad Hugo de Cluny para establecer su orden en Sahagún bajo la regla de san Benito. El rey expidió prontos privilegios confirmando derechos, haciendas y villas al Monasterio, así como “liberando a los vasallos suyos de toda jurisdicción y fonsadera”.

Puerta de San Beninto, en Sahagún

La que fuera puerta de entrada del gran monasterio benedictino del Reino de León, en Sahagún. Imagen de José Holguera

La regla de Cluny, cuya más innovadora costumbre fue la supresión del trabajo manual en favor del “oficio divino”, envía a Sahagún a monjes bien formados que no solo habrían de marcar su vida sino la de gran parte de la cristiandad a lo largo de la Edad Media. Con la llegada de los abades Roberto y especialmente Bernardo (con el tiempo arzobispo en Toledo), el cenobio y el pueblo -que iba creciendo a su sombra-, alcanzarán una grandeza incomparable de Pirineos abajo (más arriba solo le superaba el propio Cluny).

Las prerrogativas y poderes otorgados y conseguidos les permitieron hacerse con un importante acervo espiritual, religioso y material. Gracias al “privilegio de exención”, a sus numerosas fundaciones y a las donaciones recibidas de los reyes de León, de Francia, de Inglaterra y de Castilla, de los duques, obispos y señores; la riqueza -”al lujo por Dios”- y la influencia de Cluny fue notable.

Se conviertería así en el primer monasterio benedictino establecido en España. De él dependen por entonces otros 100 monasterios. Posee haciendas desde el Cantábrico al Duero y su abad es una de las personalidades más respetadas en el mundo cristiano. La propia reina Constanza (borgoñona y sobrina del abad Hugo) construirá su lujoso palacio próximo al Monasterio.

Restos del pasado esplendor

Hoy solo nos queda de todo aquel esplendor la “puerta de san Benito” que nos recibe cuando entramos en Sahagún. Y en el convento de las madres benedictinas, los sepulcros de “su rey”, Alfonso VI (quien manifestó su deseo de descansar eternamente en esas tierras que tanto amaba), de sus esposas Inés, Constanza, Berta y la mora Zaida, y de varios de sus hijos.

Es cierto que este Sahagún que antes fue san Facundo en memoria de uno de aquellos primeros mártires, hijo, se dice, del patrono de León, el centurión Marcelo, y más tarde Sant Facunt y Safagún, debe gran parte de su historia al monasterio. Pero lógicamente, en un lugar de siglos y cultura no ha podido ser únicamente la influencia de los monjes la que ha marcado el destino de la villa. Otros muchos pies han ido dejando sus huellas a lo largo de los tiempos en esta tierra ocre, mesurada, dócil como el barro, cálida como el sol que ha cubierto siempre su piel brava y curtida.

Auténtica puerta en el Camino de Santiago, son miles los peregrinos que han encontrado en ella una senda, un amigo, una parada imprescindible. Y un descanso en la ruta jacobea.

Quizás no sea ajeno tampoco a ese esplendor dentro del milenario Camino, la influencia de su rey. Alfonso VI precisamente fue uno de sus grandes impulsores distribuyendo órdenes y medios para que los puentes entre Logroño y Compostela fueran reparados y se levantaran otros nuevos donde fuera preciso. También fomentó la construcción de albergues y hospitales a lo largo de su trayecto, prestando especial atención a Burgos, donde confluían las gentes que llegaban por Iranzu y quienes lo hacían por Roncesvalles. Esfuerzo y entrega de los que se benefició muy especialmente su amado Sahagún, convertido desde entonces en uno de los más prestigioso lugares del Camino. “Y demandé a Sancho, el rey de Aragón, una entrega a ese sagrado empeño con la misma ilusión que yo me estaba entregando en mis territorios”.

El mudéjar de Sahagún

Pero además Sahagún nos ofrece testimonios que solo pueden ofrecer los pueblos con una rica historia. La influencia mudéjar nos sorprende en san Tirso. Iglesia situada a espaldas del Monasterio de san Benito se presenta con tres ábsides pletóricos de arcos ciegos sosteniendo la torre de ladrillo que se asoma por vanos que crecen en número y disminuyen en tamaño según se eleva majestuosa a un cielo que presiente próximo.

El santuario de la Peregrina, también en románico-mudéjar del siglo XIII, se sitúa en un altozano desde el que divisa y protege al pueblo. Y no debemos olvidar la iglesia de San Lorenzo o el santuario de La Virgen del Puente, recibiendo a orillas de Valderaduey a los peregrinos que llegan de Castilla.

Arcos de Gótico mudéjar en elConvento de la Peregrina, de Sahagún. Imagen de Jose Holguera.

En mi penúltima visita a Sahagún, con motivo de la presentación de mi novela “Alfonso VI. Vida pública y privada del rey”, me cupo el honor de ser acogido para el acto en la iglesia de la Trinidad -sin culto- donde hoy se encuentran un albergue para peregrinos y el auditorio municipal “Carmelo Gómez” (como homenaje al famoso actor nacido en el pueblo).

Recuerdos de Sahagún

Recuerdo que se trataba de una fría tarde de invierno en la que caían con desgana algunos copos de nieve mientras vencíamos el Cea sobre Puente Canto, uno de los pasos más hermosos del Camino, al que se le atribuyen orígenes romanos y que fuera rehabilitado en el siglo XVI, aunque es muy posible que en el XI ya recibiera los cuidados de Alfonso VI (omnipresente en cuanto se refiere al apoyo a su adorada villa de Sahagún).

Llegábamos invitados por la asociación cultural Fernando de Castro que presidía Luis Peradejordi (médico de muchos años en la villa) con el apoyo en la vicepresidencia de Valentín Mon, un facundino que hablaba de su tierra con un apasionamiento que solo poseen quienes se enamoran y que, además de miembro activo en diversas actividades culturales, trabajaba en su taller construyendo y restaurando muebles valiosos, verdaderas obras de arte o maquetas tan bien logradas como las de esa iglesia de La Trinidad o La Peregrina. Trabajo por el que recibió en su día el “puerro de oro”, distinción que los vecinos conceden a través de su Ayuntamiento a cuantas personas o instituciones se hayan destacado por contribuir a engrandecer la memoria del pueblo.

Otros muchos avatares y sucesos, ilustres o miserables, han jalonado la larga y difícil pero orgullosa historia de Sahagún. Las tropas del general Moore que tanto protagonismo acapararon durante la guerra de la Independencia en toda la provincia de León, levantarían allí su cuartel general después de su victoria sobre los franceses. También fue escenario de cortes del reino en 1313. Y por esos tiempos contó con una población numerosa y universal que enriquecía su vida. Barrios de judíos y de moros convivían con los de los lugareños en pacífica convivencia.

En un paisaje austero

Sahagún ha sabido ser un pueblo emprendedor a pesar de ese aspecto pasivo o austero que se aprecia en su paisaje, en las viejas casas de tapial que parecían prolongar hacia arriba el aspecto sublime y uniforme de la tierra y que no solo se daba en las casas humildes de los labradores sino también en las casonas hidalgas que, aunque fueran espaciosas, bellas y confortables por dentro, seguían presentando al exterior una severidad impresionante. Como si se tratara de la firma de su carácter. Como si toda la fuerza la guardaran en su interior. Esa fuerza sólida que llevó a los campesinos y comerciantes del pueblo a revelarse contra doña Urraca y los privilegios monacales. Serían derrotados, algunos murieron y otros fueron expulsados, pero nadie podrá negar su coraje.

Desde entonces se produjo una notable decadencia en la actividad y en la vida del pueblo. Pero su afán y su tesón pronto los llevarían a recuperar el pulso más intenso con la instauración de ferias medievales que han conservado su espíritu hasta nuestros días (aún recuerdo la imagen viva de una fotografía en blanco y negro de mitad del siglo XX, que dibuja la plaza de Sahagún llena de gente, de carros, de carretas, de burros flacos y de toldos cubriendo los productos que se ofrecen en los puestos).

El tiempo pasa despacio por esta tierra de tanta luz interior a la que Aymeric Picaud definió como “ciudad llena de toda clase de prosperidades”, pero sigue siendo todavía la actividad comercial que le alcanza como centro de comarca, como punto importante en el trayecto del Camino de Santiago, como bello paraje turístico, de ocio y de descanso de gentes que buscan en verano el sol, su belleza solemne y austera, y el resto del año el misterio y las grandezas de su historia, la que impulsa y mantiene en gran medida el desarrollo del pueblo. O sea, la vida.

 

  1. P. Pedreira